Capítulo 4

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—Buenos días— dijeron cautelosamente en conjunto Armando y Mario al terminar de entrar a la sala de juntas y cerrar las puertas.

La tensión que se sentía en el ambiente era algo increíble.

Los dos amigos se acercaron a la menor de los Valencia y le dieron un beso en la mejilla. Por su parte, Betty permaneció inmóvil unos cuantos pasos más atrás y observaba el suelo como si fuera la cosa más fascinante del mundo, sin embargo, osadamente el ex vicepresidente comercial se le aproximó demasiado y le colocó una mano sobre el hombro como un gesto amistoso.

—Betty, ¿cómo le va?— preguntó muy cínicamente el hombre como si jamás hubiese pasado nada malo. Ella volvió su rostro hacia él.

Daniel alzó ligeramente las cejas, al presenciar la furiosa mirada que la mujer le había dedicado a Mario, haciendo que este retrocediera de inmediato hacia donde estaba Armando, el cual ya se había sentado al lado derecho de él.

—Daniel, ¿qué estás haciendo aquí?— Afortunadamente para los demás, Marcela fue quien se encargó de plantear la duda colectiva. Que ella supiese, Beatriz en ningún momento había solicitado su presencia; después de todo, él ni siquiera trabajaba en Ecomoda,

—Por la misma razón que estás tú aquí, hermanita, para conocer el brillante plan de negocios de la doctora. No sabes lo intrigado, ansioso y deseoso que estoy por escucharlo— contestó con una sonrisa a boca cerrada—, y como ayer la doctora Pinzón nos dijo que podíamos supervisar todo lo que quisiéramos...— continuó diciendo al posar sus ojos sobre la aludida.

Incomoda por su penetrante mirada, Betty se acomodó los lentes como un gesto nervioso.

—No hay ningún problema, doctor, en efecto, usted está en todo su derechoNo le quedó otra más que admitirlo. Aunque a ella no le gustase, él era uno de los accionistas de esa empresa y su interés de querer saber sobre el tema era perfectamente válido, a fin de cuentas, el destino del patrimonio de toda su familia estaba en sus manos. Sí ella estuviera en sus zapatos, haría exactamente lo mismo.

Justo cuando Betty se iba a sentar en la silla que estaba en la cabecera de la mesa, Marcela se le adelantó y le quitó el lugar con una desconcertante naturalidad; ella la miró en silencio por unos segundos pero la gerente de puntos de ventas la ignoró. Sin ánimos de polemizar por un simple puesto, la presidente visualizó la cabecera opuesta de la mesa, es decir, al costado izquierdo de Daniel. Y este, al notar donde tenía puesto los ojos, la miró de una manera altiva y burlesca, como queriéndole decir ''apuesto a que no te atreves a ocupar ese sitio'' pero para su sorpresa, ella avanzó con un paso seguro y tomó sin dudar el asiento a su lado.

Decir que él fue el único sorprendido, sería una gran mentira. Pues ninguno de ellos parecía terminar de procesar la idea que ella ya no era más esa tímida, insegura y endeble mujer de antes.

—¿Y el resto de la gente?— soltaron unísonamente Armando y Mario como queriendo cortar un poco la tensión.

—Ya vienen— se limitó a comentar, Marcela.

Al escuchar la voz de los dos hombres, Daniel volvió a recordar lo que les iba a decir en un principio.

—Definitivamente ustedes no tienen ni un poco de dignidad, ¿verdad? Especialmente tú, Armandito... ¿Qué pasó con eso que nos dijiste ayer, que tú ya no querías nada de esta empresa? ¿Ya lo olvidaste? ¿O es que también eso era otra de tus mentiras?

—Daniel, no empieces— intercedió, una irritada Marcela.

—Entiéndelo, Armando— prosiguió él de todas formas—, tu presencia aquí sobra. No tienes absolutamente nada que hacer en este lugar.

Yo soy Betty, la fea: Un Valencia junto a una PinzónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora