Capítulo 12

1.9K 163 146
                                    


Extenuada de un día tan horrible, Betty se sentó en su cama aún con la cartera sobre un hombro. Dejó escapar un gemido bajo y parpadeó a través del dolor punzante que rebotaba en el interior de su cráneo.

Con todo lo que había acontecido ese día, había sido todo un milagro que un dolor de cabeza colosal no la hubiese atacado. Pero claro, supuso que para su organismo la gota que rebozó el vaso a su nivel de tolerancia respecto al estrés, fue en el momento exacto en el que entró cojeando a su casa y Hermes Pinzón Galarza salió repentinamente de la oscuridad, recibiéndola con otro señor regaño por llegar tarde como si fuese una adolescente de quince años que hubiese llegado borracha al amanecer después de una larga noche de fiesta. Y por supuesto, su padre no se dedicó solamente a reprenderla, sino también atacarla con una larga lista de preguntas; ¿con quién andaba?, ¿en dónde estaba?, ¿por qué estaba cojeando? y ¿por qué tardo tanto?

Y así continuó bombardeandola sin parar, pese a que ella le iba respondiendo a cada una de sus interrogantes con mucha paciencia debido al amor y respeto que le profesaba. Aunque lógicamente no le contó toda la verdad y omitió ciertas partes de la historia; como los indecentes comentarios y preguntas del doctor Valencia durante la cena, el escandoló que formo su ex jefe/ amante y el cómo fue que se raspó las rodillas. Gracias al cielo que su madre acudió en su ayuda cuando don Hermes quiso cuestionar las razones del doctor Valencia para invitarla a cenar, ya que este dudaba demasiado que la naturaleza de esa reunión hubiese sido únicamente laboral.

Con una mano, se quitó los lentes y los colocó encima de su mesa de noche mientras que con la otra presionó con dos dedos sus párpados cerrados. El comportamiento del doctor Valencia durante esa nefasta cena y luego el modo de accionar de don Armando aquella noche, iban adquiriendo cada vez mas su atención a medida que su ira temporal se iba esfumando. Recordó las insinuaciones del ahora vicepresidente ejecutivo, recordó la repentina e impactante sensación de pesadez en la boca del estómago al ser sorprendida por su ex jefe al salir del restaurante, recordó la angustia que la embargó cuando doña Marcela llamó a Don Daniel y este le extendió su móvil a Don Armando, y también recordó la mirada de profundo dolor y arrepentimiento que quedó grabada en el hombre justo antes de irse.

Betty mantuvo la imagen de don Armando en su mente, vio su rostro en destellos, y fue como recibir un golpe en el pecho. ¿Le había hablado así de feo? ¿Había destrozado ella, en su temperamento, una posibilidad para....?

Horrorizada y avergonzaba por ese pensamiento enfermizo, se quitó la mano de la cara y abrió abruptamente los ojos.

Santo Dios, ¿qué estaba pensando ella? ¿Una posibilidad para qué? ¿Para volver a ese mundo de falsas promesas y verdades no dichas?

Llevó una de sus manos al pecho, colocandola exactamente sobre su acelerado corazón que golpeaba sin cesar contra su caja toraxica al evocar su antigua relación con don Armando.

Y entonces, ella se derrumbó.

Las lágrimas decendieron sobre sus mejillas como un par de cataras mientras que ahora la mano que yacía sobre su pecho agarraba con fuerza la chaqueta roja que forma parte de su traje ejecutivo; sus nudillos se pusieron blanco al tenzarse la piel por el esfuerzo y apretó la mandíbula para evitar que cualquier sonido escapará de sus labios y alertasé a sus familiares de su malestar.

En silencio maldijo su estúpido corazón. ¿Por qué si ese hombre la hirió tanto, a ella ahora la embarga un horrible sentimiento de culpa por haberle hablado tan brusco si realmente se lo merecía?

¿Acaso su tonto corazón aun guardaba las esperanzas de que don Armando realmente la amara y que la historia que contenía la carta de don Mario fuese solo un chiste de mal gusto?

Yo soy Betty, la fea: Un Valencia junto a una PinzónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora