ix. c a p t u r e t h e f l a g g

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ix. Captura la bandera

   

       Pasaron unas semanas

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       Pasaron unas semanas. El ambiente era muy tenso.

Finalmente, llegó el viernes.

Se anunciaron los equipos. Atenea se había aliado con Apolo, Hermes y Adhara (o sea yo), las dos cabañas más grandes y la de los más fuertes y valientes guerreros ; al parecer, a cambio de algunos privilegios: horarios
en la ducha y en las tareas, las mejores horas para actividades.

Ares se había aliado con todos los demás: Dioniso, Deméter, Afrodita ybHefesto. Por lo visto, dos chicos de Dioniso eran bastante buenos atletas. Los de
Deméter poseían grandes habilidades con la naturaleza y las actividades al aire
libre, pero no eran muy agresivos. Los hijos e hijas de Afrodita no me preocupaban demasiado; prácticamente evitaban cualquier actividad, miraban sus reflejos en el lago, se peinaban y cotilleaban. Por su parte, los únicos cuatro niños de Hefesto no eran guapos, pero sí grandes y corpulentos debido a su trabajo en la herrería todo el día. Podrían ser un problema. Eso dejaba, por supuesto, a la cabaña de Ares: una docena de los chavales más grandes, feos y marrulleros de Long Island, y de cualquier otro lugar del planeta.

Quirón coceó el mármol del suelo.

—¡Héroes! —anunció—. Conocéis las reglas. El arroyo es la frontera. Vale todo el bosque. Se permiten todo tipo de artilugios mágicos. El estandarte debe estar claramente expuesto y no tener más de dos guardias. Los prisioneros pueden ser desarmados, pero no heridos ni amordazados. No se permite matar ni mutilar. Yo haré de árbitro y médico de urgencia. ¡Armaos!

Todos nós armamos. La cabaña de Ares y sus aliados traían el penacho rojo, nosotros, el azul.

—¡Equipo azul, adelante! —gritó Annabeth. Vitoreamos, agitamos nuestras armas y la seguimos por el camino hacia la parte sur del bosque. El equipo rojo nos provocaba a gritos mientras se
encaminaba hacia el norte.

—¡Los mejores con el arco de Apolo y Adhara, en los árboles!—Ordenó Annabeth—Los mejores de Adhara con la espada quédense entre los arbustos y tomen por sorpresa al enemigo

La cabaña asintió. Empece a correr con mi arco y mi carcaj de flechas en la mano. Utilicé dos flechas para subir.

Las clavaba en los árboles y las sacaba. Cuándo hubiera clavado una, quitaba la otra y la colocaba arriba.

Me quedé en la copa de un árbol.

Era una noche cálida y pegajosa. Pero agobiante.

Por un segundo pensé en quien ganaría.

Preparé mi arco.

Los bosques estaban oscuros, las luciérnagas parpadeaban.

Un chico de penacho rojo armado con una espada.

Disparé. El chico cayó al suelo, le había dado en una pierna.

Luke pasó corriendo con la bandera roja a toda velocidad. Empiece a tirarme de rama en rama siguiendo a Luke por los árboles.

—¡Era una trampa!

Pero Luke ya había llegado. La cabeza de jabalí de la cabaña de Ares había sido cambiada por una bandera plateada con un caduceo de dos serpientes, el símbolo de la cabaña once.

Los vítores de los campistas cesaron al instante. Quirón gritó algo en griego
clásico, y sólo más tarde advertí que lo había entendido a la perfección:

—¡Apartaos! ¡Mi arco!

Annabeth desenvainó su espada.

Un perro del infierno. Apreté mi arco con fuerza y tensé el hilo

El perro era grande, feo, negro y echaba espuma por la boca, cómo esos perros rabiosos que persiguen a motoristas en la carretera.

—¡Percy, corre!

El perro se abalanzo sobre Percy. En mi arco aparecieron dos flechas más y estuve lista para lanzar. Disparé a la vez que Quirón. Las flechas de ambos arcos se impregnaron en la piel del perro del infierno. Se convirtió en polvo y se esfumó.

Quirón trotó hasta Percy y Annabeth, con su arco en la mano y el rostro sombrío.

—Di immortales! —exclamó Annabeth—. Eso era un perro del infierno de
los Campos de Castigo. No están… se supone que no…

—Alguien lo ha invocado —dijo Quirón—. Alguien del campamento.

Luke se acercó. Había olvidado el estandarte y su momento de gloria se
había esfumado.

—¡Percy tiene la culpa de todo! —vociferó Clarisse—. ¡Percy lo ha invocado!

—Cállate, niña —le espetó Quirón.

Observamos el cadáver del perro del infierno derretirse en una sombra, fundirse con el suelo hasta desaparecer.

—Estás herido—dijo Annabeth—. Rápido, Percy, métete en el agua.

—Estoy bien.

—No, no lo estás —replicó—. Quirón, mira esto.

Percy se metió en el agua y empezò a sanar sus heridas.

—Bueno, yo… la verdad es que no sé cómo… —intentó disculparse—.Perdón…

Encima de su cabeza apareció un tridente de tres puntas, el símbolo de poder de Poseidón

—Tu padre —murmuró Annabeth—. Esto no es nada bueno.

—Ya está determinado —anunció Quirón.

Todos empezamos a arrodillarnos, incluso los campistas de la cabaña de Ares, aunque no parecían nada contentos.

—¿Mi padre? —preguntó perplejo.

—Poseidón —repuso Quirón—. Sacudidor de tierras, portador de tormentas,
padre de los caballos. Salve, Perseo Jackson, hijo del dios del mar.

¡Se está viniendo lo bueno!

Goddes Of Heroes And The Lightning Thief¹Where stories live. Discover now