"-¡Salve Sarah Gutiérrez, hija de Adhara, la diosa de los héroes, el terror, el sufrimiento y los malaventurados"
"Salve la Diosa Adhara, diosa de los héroes, el terror, el sufrimiento y patrona de los malaventurados"
Adhara está escondía entre los...
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El dios de la guerra y yo esperabamos en el aparcamiento del restaurante.
—Bueno, bueno —dijo—. No os han matado.
—Sabías que era una trampa —le espetó Percy.
Ares sonrió maliciosamente.
—Seguro que ese herrero lisiado se sorprendió al ver en la red a un par de críos estúpidos. Das el pego en la tele, chaval.
Le arrojó su escudo.
—Eres un cretino.
Annabeth y Grover contuvieron el aliento.
Ares agarró el escudo y lo hizo girar en el aire como una masa de pizza.
Cambió de forma y se convirtió en un chaleco antibalas. Se lo colocó por la espalda.
—¿Ves ese camión de ahí? —Señaló un tráiler de dieciocho ruedas aparcado en la calle junto al restaurante—. Es vuestro vehículo. Os conducirá directamente a Los Ángeles con una parada en Las Vegas.
El camión llevaba un cartel en la parte trasera, que pude leer sólo porque estaba impreso al revés en blanco sobre negro, una buena combinación para la dislexia: «amabilidad internacional: TRANSPORTE DE ZOOS HUMANOS. PELIGRO: ANIMALES SALVAJES VIVOS.»
—Estás de broma —dijo.
Ares chasqueó los dedos. La puerta trasera del camión se abrió.
—Billete gratis, pringado. Deja de quejarte. Y aquí tienes estas cosillas por hacer el trabajo.
Sacó una mochila de nailon azul y me la lanzó. Contenía ropa limpia para todos, veinte pavos en metálico, una bolsa llena de dracmas de oro y una bolsa de galletas Oreo con relleno doble.
—No quiero tus cutres… —empezó.
—Gracias, señor Ares —saltó Grover, dedicándome su mejor mirada de alerta roja—. Muchísimas gracias.
Me rechinaron los dientes.
Probablemente era un insulto mortal rechazar algo de un dios, pero no quería nada que Ares hubiese tocado. A regañadientes, Percy se echó la mochila al hombro.
Miré el restaurante, que ahora tenía sólo un par de clientes. La camarera que nos había servido la cena nos miraba nerviosa por la ventana, como si temiera que Ares fuera a hacernos daño. Sacó al cocinero de la cocina para que también mirase. Le dijo algo. Él asintió, levantó una cámara y nos sacó una foto.