xii. p e r c y i s s t u p i d

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    xii. Percy es estúpido

     Annabeth sacó el cuchillo de bronce

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     Annabeth sacó el cuchillo de bronce. Grover agarró una lata de su mochila y
se dispuso a lanzarla. Todo el mundo aulló al ser lanzado hacia la derecha, y yo oí lo que esperaba fuera el sonido de tres Furias aplastándose contra las ventanas. Mis ojos se cerraron y se abrieron, me empezaron a picar.


—¡Eh, eh! ¿Qué dem…? —gritó el conductor—. ¡Uaaaah!

Salimos del túnel Lincoln a toda velocidad y volvimos a la tormenta, hombres y monstruos dando tumbos dentro del autobús, mientras los coches eran apartados o derribados como si fueran
bolos.

De algún modo, el conductor encontró una salida. Dejamos la autopista a todo trapo, cruzamos media docena de semáforos y acabamos, aún a velocidad de vértigo, en una de esas carreteras rurales de Nueva Jersey en las que es
imposible creer que haya tanta nada justo al otro lado de Nueva York. Había un
bosque a la izquierda y el río Hudson a la derecha, hacia donde el conductor parecía dirigirse El autobús aulló, derrapó ciento ochenta grados sobre el asfalto mojado y se estrelló contra los árboles. Se encendieron las luces de emergencia. La puerta se abrió de par en par. El conductor fue el primero en salir, y los pasajeros lo siguieron gritando como enloquecidos.

Las Furias recuperaron el equilibrio. Revolvieron sus látigos contra Annabeth, mientras ésta amenazaba con su cuchillo y les ordenaba que retrocedieran en griego clásico. Grover les lanzaba trozos de lata.

Percy se quitó la gorra de invisibilidad.

—¡Eh!

Las Furias se volvieron, le mostraron sus colmillos amarillos y de repente la
salida me pareció una idea fenomenal.

Cada vez que su látigo restallaba, llamas rojas recorrían la tralla. Sus dos horrendas hermanas se precipitaron saltando por encima de los asientos como enormes y asquerosos lagartos.

—Perseo Jackson —dijo la primera furia con tono de ultratumba—, has
ofendido a los dioses. Vas a morir.

—Me gustaba más como profesora de matemáticas —le dijo.

Gruñó.

Annabeth, Grover y yo nos movíamos tras las Furias con cautela, buscando una
salida.

Las Furias vacilaron.

La primera furia ya tenía el dudoso placer de conocer la hoja de su espada.

Evidentemente, no le gustó nada volver a verla.

—Sométete ahora —silbó entre dientes— y no sufrirás tormento eterno.

—Buen intento —contestó.

—¡Percy, cuidado! —le advirtió Annabeth.

La furia uno enroscó su látigo en mi espada mientras las otras dos Furias
se le echaban encima.

Golpeó a la Furia de la izquierda con la empuñadura y la envié de
espaldas contra un asiento.

Grover le arrebató el látigo

—¡Ay! —gritó él—. ¡Ay! ¡Quema! ¡Quema!

La Furia a la que le había dado con la empuñadura en el hocico volvió a atacar a Percy, con las garras preparadas, saqué mi espada y le rebané la cabeza.

La única furia que quedaba intentaba quitarse a Annabeth de encima. Daba patadas, arañaba, silbaba y mordía, pero Annabeth aguantó mientras Grover le ataba las piernas con su propio látigo. Al final ambos consiguieron tumbarla en el pasillo.

Intentó levantarse, pero no tenía espacio para batir sus alas de murciélago, así
que volvió a caerse.

—¡Zeus te destruirá! —prometió—. ¡Tu alma será de Hades!

Braceas meas vescimini! —le gritó Percy.

«Y un cuerno».

Un trueno sacudió el autobús. Se me erizó el vello de la nuca.

—¡Salid! —ordenó Annabeth—. ¡Ahora!

No necesité que me lo repitiese.

Salimos corriendo fuera y encontramos a los demás pasajeros vagando sin
rumbo, aturdidos, discutiendo con el conductor o dando vueltas en círculos y gritando impotentes.

—¡Vamos a morir! —Un turista con una camisa hawaiana me hizo una foto
antes de que pudiera tapar la espada.

—¡Nuestras bolsas! —dijo Grover—. Hemos dejado núes…

¡BUUUUUUM!

Las ventanas del autobús explotaron y los pasajeros corrieron despavoridos.

El rayo dejó un gran agujero en el techo, pero un aullido enfurecido desde el
interior me indicó que la furia aún no estaba muerta.

—¡Corred! —exclamó Annabeth—. ¡Está pidiendo refuerzos! ¡Tenemos que
largarnos de aquí!

Nos internamos en el bosque bajo un diluvio, con el autobús en llamas a
nuestra espalda y nada más que oscuridad ante nosotros.

Les explicaré porque las furias no le hicieron caso a Sarah/Adhara. Adhara hizo un trato con Hades de que él nunca iba a enviar a sus mounstros a atacar a ninguno de sus hijos a cambio de que Adhara lo apoye. Y a Hades le confirme mucho que Separa lo apoye debido a su reputación, teniendo a Adhara de su bando, Hades tiene más probabilidades de ganar una pelea. Y weno, Adhara es la diosa del terror y sufrimiento, y Hades de la muerte.

Goddes Of Heroes And The Lightning Thief¹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora