Capítulo 41: Guardián de las Sombras

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Al sur de Leardus, Zaru recomendó que esperaran el amanecer para entrar en el bosque siniestro, por lo que montaron un campamento en la arboleda exterior.

—Aquí estaremos bien —aseveró, cortando ramas de canelo con su espada, la que Dono afiló para que se defendiera mejor.

—Me congelo —lloriqueó Furan, arrimándose contra Mizu.

Las dos estaban sentadas entre los helechos verdes, tan altos que quedaban ocultas a la vista. La pequeña se sujetó el pecho, temblorosa.

«Creo que exageré cuando lo hice entrar en razón» pensó, tratando de ocultar su dolor. «No lo comprendo. Si forcé un lazo tan profundo, ¿porqué no me muestra dónde está? ¿Por qué no hay hilo?».

Había transcurrido otra semana y al pasar por Leardus, tampoco oyeron de Ban.

Dono se dispuso a montar una fogata.

—Todo sigue húmedo por la lluvia. Zaru, ¿en qué estás?

—Hago trampas. De día esta zona es segura, pero de noche no te lo prometo. El fuego y la luz de Psi espantan a algunas cosas, pero otras... —Clavó una vara frente al campamento, con el filo hacia el bosque—. Es mejor prevenir. Estos árboles son protectores, por eso las criaturas no salen al páramo. Unos cuántos más y no se atreverán a saltar encima.

—¡¿Qué?! —Furan hizo aparecer sus cadenas luminosas.

—Afuera de las ciudades todos somos presas. Tenemos suerte que lo más peligroso sólo despierta de noche.

—¡Cómo lo dices tan tranquilo! —Le lanzó una cadena, pegándole en la cara—. No quiero pasar la noche aquí.

—Au.

—Furan —Dono le llamó la atención—. Pasar la noche dentro del bosque es peor. Duerme ahora, nosotros montaremos guardia.

—Con este frío...

—Veré qué encuentro para hacer una buena fogata.

—Oh, yo tengo algo útil —Zaru extrajo un pergamino doblado de su bolsillo y se lo ofreció—. Lo que pongas encima arderá, pero debe estar seco y en contacto con él.

El trozo de cuero tenía símbolos dibujados en forma de espiral. Estaba quemado y áspero al tacto, pero no se deshacía. Dono inspiró y mantuvo la calma, su naturaleza reaccionaba por instinto a rechazar ese trozo de magia prohibida.

—De dónde...

—Lo hizo mi amigo —continuó su labor—. Él siempre revisaba libros extraños y como entrenábamos en bosques y cuevas, tenerlo nos ahorraba tiempo y espacio. Más a mí que a él.

Dono puso el pergamino sobre la tierra y dejó caer un trozo de tela encima. Esta prendió y se mantuvo ardiendo como una pequeña llama. Furan se arrimó a ella, rozándola.

—Qué bien se siente... ¿Tienes más trucos así?

—Quedaron con mis cosas —sacudió los hombros—. Ese lo llevo conmigo por mi espada no basta.

Dono se quitó la capa y se la pasó a las chicas.

—Descansen. Buscaré qué más echar. Entiendo que los monstruos de aquí detestan la luz.

—Y mucho —Zaru apoyó las manos en la cadera y asumió una pose heroica—. Busca, yo las vigilaré atentamente.

—¡Aww! —Furan chilló enternecida—. Zaru nos cuida.

—Y lo dice sinceramente —la secundó Dono, a punto de apartarse. Desde un inicio supo que el chico era un alma buena, pero algo no le cuadraba—. Creí que ese comportamiento era indigno en estas tierras.

Archimago 5, Secretos develadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora