Capítulo 42: Infierno en Terra

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El fuego alrededor de Dono se extinguió paulatinamente. No tenía quemaduras ni heridas físicas, sin embargo estaba tan agotado que la espada era lo único que lo sostenía.

La Guardián de las Sombras fue perdiendo su apariencia por partes, deshaciéndose en un espeso vapor que ascendía y dejaba a la vista el aspecto común y corriente de Ariecca.

Tan joven y ya exhausto —el espectro le atrapó la cabeza con sus blancos y largos dedos. Levantó a Dono sin que este le pesara, dejándolo a la altura de su rostro inexistente bajo la capucha—. Esperé siglos sellado junto a ella para que ningún mago, criatura o deidad de Terra la encontrara, condenado a entregársela al Mensajero cuando apareciera con la Espada de Luz. Y llegas tú con las piezas, desconociendo la historia.

—Sí conozco la historia de Ariecca —masculló el joven, sin aliento.

El espectro lo sacudió.

Claro que no la conoces. De lo contrario, sabrías que debí desaparecer, libre de esta tierra maldita por Ceel. Pero sigo aquí. Ya nada me retiene y como estoy atado a la espada puedo usar tu cuerpo para largarme. Dado que puedes volar me facilitas las cosas.

Movió bruscamente su mano libre y el suelo se agitó en toda la planicie, soltando la roca por secciones hacia la periferia, desmigajándose en peñascos que cayeron a las entrañas de la tierra.

—¡Corran! —chilló Mizuno.

Furan cayó sentada sobre la tierra palpitante, gritando en un ataque de pánico descontrolado. La aprendiz fantasmal tiró de ella, pero su amiga ofreció resistencia.

Zaru enfundó su espada y abrazó a Furan por el torso, levantándola como a un costal. Debían salir de allí, no había segundo que perder. Mizuno lo guió por el camino más seguro y firme, pero el terreno cambiaba constantemente y sin desearlo las grietas los separaron.

***

Segundos antes, cuando el espectro desató la destrucción, Dono pudo ver que tanto las chicas como Zaru decidieron escapar, lo que le permitió concentrarse en su situación.

Entendió que el verdadero portador de Ariecca, el Mensajero mencionado en las leyendas, debía salvar el alma del mago arcano cuando recuperara a la Guardián de las Sombras. Al no ser el indicado esto se convirtió en una trampa, sin embargo, él también tenía un truco.

—¿Me vas a poseer sabiendo lo que soy? —inquirió con una sonrisa burlona, todavía sujeto por la cabeza.

Media sangre, no tienes cómo repelerme.

—¿Apostamos?

Dono apretó los puños y profirió un grito lleno de ira. Asomó sus alas sorpresivamente y el movimiento desestabilizó al espectro, quien lo soltó en el pilar donde permanecía enterrada Ariecca. El joven se reincorporó encima del oscilante peñasco y extendió los brazos hacia el cielo.

—¡Por el poder concedido a mi raza, yo invoco el Mi...!

El espectro le atrapó el cuello y ahogó su voz, pero la palabra sagrada alcanzó a salir de sus labios en un susurro.

Milagro.

Las nubes que cubrían el páramo se abrieron y un intenso fulgor descendió, bañando al espectro con su candor.

Él se resistió y trató de entrar en Dono, pero fue arrastrado hacia el cielo. La maldad que lo envolvía se desintegró y dejó al descubierto su verdadero aspecto: la túnica blanca con vistosas inscripciones plateadas y su tez caoba, de mirada apacible, delataban al mago ascendente que fue mil años atrás. La luz se recogió hacia el firmamento y en su retirada las nubes retomaron su posición, opacando la estepa.

Archimago 5, Secretos develadosWhere stories live. Discover now