36. EL PESO DE LA CONCIENCIA

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A pesar de no estar totalmente recuperada de sus heridas, Frida no perdía la coquetería y se maquilló discretamente, dispuesta a hacer una visita.

No a Ele, aunque era lo que más deseaba, sino al abogado que ahora llevaba su caso.

—¿A dónde vas? —preguntó su padre.

—A ver a alguien.

—¿Tú no tienes vergüenza, verdad? —repuso el hombre con molestia.

—¿Y cómo de qué tendría yo que tener vergüenza, papá?

—¡Mataron a tu hijo! ¿¡Y mira cómo te dejaron?

—¿Y según tú, eso fue mi culpa?

—¡Pues sí, por infiel! ¡Por andar engañando a tu marido con ese fulano!

—Ah, ¿y las veces que él se revolcó con esa prostituta barata de Davina no cuentan? ¿O vas a salir igual que la vieja bruja de Hipólita y decir qué porque «él era hombre»?

—¡Una mujer tiene que quedarse en su casa, Frida!

—Pues casi todas las veces fue ahí, en la casa.

—¡No tienes vergüenza! —bramó y alzó el brazo para golpearla.

Frida alzó la cara desafiante.

—¡No me arrepiento de nada! —afirmó con orgullo— ¡Juan, no merecía ninguna clase de consideración! ¡Tú no sabes el infierno, qué fue vivir a su lado!

El padre bajó el brazo.

—¡¿Y por qué no me dijiste?! —preguntó.

—¿Para qué? ¿Para qué le dieras la razón? ¿Para qué me culparas como siempre? Cuándo Ele y yo empezamos nuestra relación, entre Juan y yo ya no había más que un papel. Y si no hubiera sido por él, ese desgraciado me hubiera matado a golpes. Pero claro, soy mujer, supongo que me lo merezco, ¿no?

—Yo no dije eso.

—Pero lo piensas, igual qué todos. Ya me voy.

—No deberías salir, acuérdate que esos malditos siguen en la calle, podrían hacerte algo.

—Lo peor ya me lo hicieron. Ahora va la mía.

—Olivia dijo que ese tipo estaba muerto.

—Olivia es una tarada mentirosa.

—¿Qué vas a hacer?

—Ayudar a Ele en todo lo que pueda. Y ni tú, ni Olivia, ni nadie, me lo va a impedir. Nos vemos luego.

—Yo te llevo.

—No, gracias. Cómo tú dices, si esos pendejos me quieren hacer algo, que me lo hagan a mí sola.  —dijo ya más tranquila y salió.

Ele se sentía un poco paranoico y miraba a todos con recelo, a pesar de que sus compañeros de celda estaban poniendo esfuerzo en su labor

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Ele se sentía un poco paranoico y miraba a todos con recelo, a pesar de que sus compañeros de celda estaban poniendo esfuerzo en su labor. Aun así, no se confiaba. Con los hermanos de Juan, aún libres, todo podía pasar.

ELEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora