10 - El villano de fuego

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André no levantó cabeza desde que Elena salió de la casa. El hombre había perdido su trabajo tras tener una crisis de ansiedad y haber puesto en peligro a varios de sus compañeros, su jefe, amigo suyo desde hace mucho tiempo, le dijo que debía tomarse unos meses de descanso para no acabar peor, y le prometió que en el momento en que se sintiera mejor podría volver a él para ver qué posibilidades laborales le podía ofrecer. Sin su mujer ni su trabajo, pronto empezó a enloquecer y prefirió olvidar sus problemas con el alcohol. Bebió y bebió sin límite alguno, compraba botellas de whisky que acababa en apenas unos minutos y solía vomitar unas horas más tarde intoxicado. Su casa estaba completamente desordenada, olía mal y él, cuando recordaba la situación en la que se encontraba solía dar una patada a algún cuadro de puerta o romper algún objeto.

Enloqueció por completo, no podía saber dónde había escapado su mujer, y parte de la culpa la tenía él mismo, al no haberle cerrado bien como debía todas las posibles salidas de la casa. André se odió a sí mismo, de tal modo que empezó a hacerse daño con golpes en la cabeza o dando puñetazos a las paredes, que le dejaban los nudillos ensangrentados.

—Piensa, coño, piensa, tiene que haber algún método de saber cómo Elena ha podido escapar.

André había vigilado a menudo el teléfono de Elena, y ninguna de las llamadas que recibía provenían de alguien extraño. No había ido a casa de su hermana, el único contacto que le quedaba con su familia tras la muerte de su madre, dado que ya había hablado con ella por teléfono mientras fingía que irían pronto a visitarla, para averiguar si su mujer se escondía allí y a parte de dicha persona, Elena no conocía a nadie más a su alrededor. Se le ocurrió la idea de intentar localizar el teléfono por internet, pero la señal desapareció unas calles más abajo de la casa. ¿Cómo podía haberlo hecho? ¿Dónde se había escondido?. Intentó investigar el histórico del ordenador, pero ella casi siempre eliminaba todo lo que buscaba, haciéndole casi imposible averiguar la vía de escape que había tomado.

—Sé que puedo encontrar algo, lo sé.

Pasó horas observando todas las páginas que Elena no había borrado, en general se trataba de recetas de cocina, o videos de animales graciosos. Una sola le llamó la atención, se trataba de una escuela a distancia. Recordaba la cantidad de veces que ella le había pedido poder estudiar algo para ocuparse en su día y así poder trabajar su mente, pero no la veía con la capacidad suficiente como para apuntarse a una escuela, en la que supuestamente debía de seguir cursos y hacer tareas. Además, ¿cómo habría conseguido pagarla?

Por las dudas, decidió buscar también en su correo electrónico, André tenía acceso a él y con un poco de suerte, podría encontrar algo que le ayudara a conocer el paradero de su mujer. Tras buscar en cada una de las carpetas que se encontraban en el correo, encontró un número de inscripción a una titulación sobre la violencia de género.

La ira surgió en André subiendo por todo su cuerpo desde el vientre hasta la cabeza, donde el hombre tenía la impresión que iba a estallar. Para asegurarse, decidió llamar a la universidad, haciéndose pasar por su mujer.

—Hola, me llamo Elena —se presentó con una voz lo más femenina que pudo mientras hacía algo de ruido con papel de plata para simular interferencias—. He bloqueado mi contraseña y me gustaría saber si me la pueden enviar de nuevo a mi correo electrónico, mi número de inscripción es : 457443.

—Por supuesto, le llegará en unos minutos. Muy buenas tardes.

Poco después, André recibió un mail con un enlace para reactivar la contraseña. Al conectarse, descubrió varios módulos de estudios, el nivel de avance que la mujer había alcanzado y una especie de chat de intercambio para interactuar con otros alumnos y en el que solo aparecía una persona. Un tal «Manuel (docente)».

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