20 - Fuego helado

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—Traje, guíame hacia la ubicación exacta de tu hermano gemelo

—Calculando itinerario —Una voz robótica salió del traje, que indicaba a Manuel el camino que debía tomar para llegar a su destino—. El objetivo se encuentra a cinco kilómetros aproximadamente hacia el norte.

—¿Tanto?

Frustrado por todo lo que tenía que recorrer para llegar a donde André se encontraba, Manuel no tuvo más remedio que comenzar a caminar. La gente que se cruzaba con él por la calle le miraba curiosa, y es que el traje que llevaba puesto era bastante llamativo.

—Traje, ¿habría alguna manera de subir la velocidad?

—¿Qué velocidad deseas alcanzar?

—No sé, unos sesenta kilómetros por hora.

—Estableciendo velocidad. Traje programado en sesenta kilómetros por hora en tres, dos, uno.

Lo que en un principio era un trote tranquilo, se convirtió en una aceleración incontrolada. Manuel no estaba preparado para tal velocidad de un golpe, y chocó contra un muro aislado, que casi cedió por la fuerza. El joven apenas tuvo secuelas, ya que el traje lo amortizó.

Algo desconcertado, recordó que la velocidad que había pedido requería de un espacio abierto para maniobrar, así que se arrastró como pudo hacia la carretera principal y allí se preparó para correr nuevamente.

Al incorporarse, consiguió controlar el impulso proporcionado por la indumentaria durante unos segundos, pero un taxi se cruzó en su camino y el chico salió disparado por los aires.

Una vez más, calló rodando en el suelo, amortiguado de la misma manera por la tela que llevaba.

—Vale, no parece una buena idea. Olvida la velocidad. ¿Podrías hacerme capaz de volar?

Cinco segundos después, Manuel se elevó unos centímetros en el aire. Parecía más fácil de controlar que la velocidad. En todo caso, el equilibrio parecía dársele mejor y todavía no rodaba por el suelo. Se preguntó cómo haría para dirigirse en todas las direcciones durante el vuelo y descubrió que solo el deseo de ir a algún lugar, servía para desplazarse. Simple, sencillo, y sin lugar a dudas mucho más seguro que ir corriendo. Manuel se dirigió poco a poco al lugar en el que se encontraba André gracias a las coordenadas que El Traje le indicaba.

Desde las alturas, podía ver toda la ciudad. Sus edificios más emblemáticos, el óvalo instalado en el parque del que hablaban en las noticias, el cordón policial creado alrededor del mismo, la muchedumbre agolpada alrededor de la catedral y otros aspectos que le hacían confirmar el cambio que la urbe había dado desde el inicio del desconfinamiento. «Quizás los confinados no estamos preparados para salir de nuestras casas aún» pensó.

Manuel se sentía aliviado, respiraba profundamente aún con la idea de ir a luchar ante el que sería casi el primer enfrentamiento cuerpo a cuerpo de su vida. Lo debía hacer, André no solo le había amenazado a él y a Elena, sino que también creaba pánico allí por donde pasaba, sin importarle a quién podía perjudicar.

Poco a poco se acercaba al lugar deseado, estuvo atento para fijarse bien en los alrededores y ver si descubría algo fuera de lo normal, pero todo parecía en calma.

Escuchó un ruido raro, una especie de zumbido que aumentaba a medida que pasaban los segundos. Parecía que algo se aproximaba a él, pero no podía distinguir muy bien el qué. Miró en todos los sentidos, pero no descubrió nada. De repente, casi saliendo de la nada, una gran bola de fuego le pasó a unos centímetros de su cabeza para chocar contra un edificio y romper los ventanales más cercanos al impacto.

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