Consecuencias

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― Esto no es propio de mí. ― lo escuché suspirar del otro lado del teléfono. ― Este tipo de cosas no suelen afectar a mi estado de ánimo. Estoy acostumbrado a ese tipo de comentarios sobre la vida amorosa de mi padre. Ha tenido tantas novias y todos sus romances han sido públicos, pero... ― no terminó la frase.

― En este caso se trata de ti, no de tu padre.

― Y una joven inocente.

― ¿Es una amiga? ― sabía la respuesta a eso, pero debía comenzar por algo pequeño.

― Conozco a su familia desde que tengo memoria, su hermano mayor es mi amigo de la infancia. ― volvió a suspirar. ― Es curioso que no tengo recuerdos de ella.

― Curioso. ― le seguí, aunque para mí eso tenía sentido. ― Pero te sientes responsable por los rumores que hay sobre ustedes.

― Sé lo frustrante que pueden llegar a ser los medios y he visto cómo son afectadas las mujeres en estas situaciones. Claro que me siento culpable. A decir verdad, los paparazis pudieron tomar la foto debido a mi imprudencia.

― ¿Han Jumin imprudente? ― no quería burlarme, pero no pude evitarlo.

― Así lo parece. ― aceptó. ― Me comporté de un modo inapropiado y ahora una joven está pagando las consecuencias de mis actos.

― No creo que lo esté pasando mal.

La verdad es que estoy más preocupada por ti.

― ¿Cómo das por hecho eso?

― ¿Te ha reclamado algo?

― No, pero no por eso voy a dejar que las cosas se queden como están. Ya me puse en contacto con los medios de comunicación para aclarar el malentendido. Aunque es un hecho que nuestros padres pueden estar satisfechos con todo esto.

¿Nuestros padres?

― ¿A qué te refieres?

Parecía que Jumin había llegado a la misma conclusión que yo.

― Es complicado. Preferiría no tocar ese tema.

― Entiendo.

― ¿Cómo te sentirías si estuvieras en la situación en la que he metido a la Srta. Kim?

― Honestamente me preocuparía más por tu situación que por la mía. ― es verdad. ― Tú tienes una vida en los negocios, tu reputación afecta a la estabilidad de tu empresa. Si fuera yo quien está en esa situación estaría bien.

― Pero el honor de una dama está en tela de juicio.

― ¿Puedo decirte algo que parecería algo borde para ti?

― Adelante.

― Tienes una forma un tanto anticuada de ver las cosas.

― Tal vez debería pedir su mano en matrimonio. ― soltó de golpe y yo tragué saliva ruidosamente.

― ¿Estás jugando?

― Si, ¿no es obvio?

― Hace falta que trabajes en tu sentido del humor.

― ¿Así lo crees?

― También creo que lo que más te molesta de todo esto es que no puedes controlar la situación en la que te has metido.

― Es verdad. Es horrible. Por eso no suelo involucrarme personalmente con nadie.

― Porque no puedes controlar a las personas.

― Así como lo dices pareciera ser algo terrible.

― No digo que seas una mala persona.

― Quizá lo sea.

― Es solo que estás acostumbrado a controlar tu entorno, tu trabajo, a tus empleados, tu estilo de vida e incluso a Elizabeth III.

― Es extraño.

― ¿Qué cosa?

― Mientras más hablamos más me recuerdas a ella.

― ¿A Elizabeth III?

― A la Srta. Kim.

La culpa me estaba invadiendo y me sentía agobiada. Jumin se estaba abriendo por primera vez con alguien que no era su gato, y le estaba pagando con mentiras. Debería decirle la verdad, tarde o temprano se enteraría.

― Jumin, debo decirte algo.

― Lo sé, debería colgar ahora. ― me interrumpió. ― Estás a buena hora para prepararte algo de cenar. Gracias por haber escuchado lo que tenía que decir.

― Cuando quieras. ― tuve que guardar mis palabras.

― Es extraño, poder hablar de manera tan franca con alguien a quien nunca he visto.

Mi corazón se hizo chiquito.

***

Apenas podía abrir los ojos, me sentía soñolienta y el cuerpo me pesaba. Era consciente del chico larguirucho, de cabello blanco y ropa oscura que permanecía de pie frente al ventanal. Su rostro estaba en las sombras, pero sabía que él me estaba viendo. Intenté incorporarme, pero sentía una presión ajena a mí que me obligaba a permanecer acostada.

Una mano comenzó a acariciar mis muslos, corriendo el borde del pijama y exponiendo mi ropa interior. Quise cerrar las piernas, pero algo entre ellas no me permitía hacerlo. Las caricias seguían subiendo por mi cuerpo y unos labios sembraban besos suaves en mi cuello.

― No tengas miedo, Danny. ― me susurró Jumin con los labios rozándome la piel. Ahora era consciente de su cuerpo sobre el mío. Él estaba entre mis piernas, su camisa desfajada y sin abotonar exponía su torso marcado por el ejercicio. ― No tienes idea de lo bien que hueles.

Volví la vista al ventanal, donde aquel desconocido, pero había desaparecido. Con la mano que tenía libre, Jumin me sostuvo de la mandíbula ejerciendo un poco de fuerza y me obligó a verle a los ojos. Éstos se veían llenos de deseo e inconscientemente tragué saliva.

― Concéntrate solo en mí. ― ordenó acercando su rostro. ― Eres mía, Danny. ― el tacto de sus labios comenzó siendo gentil con los míos. El corazón se me salía del pecho. ― Abre la boca para mí. ― volvió a ordenar y yo obedecí.

Me besó con desesperación. Se apoderó por completo de mi boca. Su lengua se abrió paso reclamando la mía. Jumin se había convertido en un hombre lujurioso y me estaba convirtiendo en su presa. La mano que acariciaba mi pierna ahora se encontraba jugando con el elástico de mis pantis y la otra bajaba lentamente por mi cuello.

Mi cuerpo se sentía caliente. Se sentía bien.

Desperté de un sobresalto, con la respiración entrecortada como si hubiese corrido una maratón. Acaricié mis labios con las yemas de mis dedos, los tenía algo resecos, pero no habían sido besados. Aunque tenía las piernas entreabiertas y se lograban ver mis pantis, Jumin no las había tocado.

Todo había sido un sueño. 

En los brazos de Jumin HanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora