El peor de mis miedos

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Vi el reloj en mi muñeca y comprobé que ya eran las seis cuarenta y ocho de la mañana.

Ya habían pasado alrededor de dos horas desde que Morfeo me desterró del mundo de los sueños, volviéndome a una realidad la cual no podía controlar.

Qué raro.

Antes no podía concebir la idea de no controlar cada aspecto de mi vida, pero desde hace un par de meses he perdido las riendas de prácticamente todo.

Procuro tener a mi alrededor a gente cualificada para cada actividad, por muy mínima que sea; personas que harían todo lo que yo les pida al son de mis palabras. Nadie se atrevería si quiera a cometer un error que haga que se estropeen mis planes.

Siempre obtengo lo que deseo.

O bueno, eso era antes.

Hice una mueca de disgusto, con mi vista fija aún en el techo.

De nuevo fui consciente del pequeño cuerpo acurrucado junto al mío.

Su melena cobriza me impedía apreciar su rostro, pero podría asegurar que se veía hermosa y relajada.

Dios sabe lo que daría por volver a ver su rostro resplandeciendo de felicidad. Aquellos ojos azules y brillantes entrecerrados debido a una sonrisa arrebatadora, enmarcada con esos labios rojos y carnosos...

Quiero verla feliz.

En otras circunstancias, su felicidad sería algo tan fácil de obtener.

Ella me tiene a mí, en cuerpo y alma. Le daría todo lo que quisiera, lo que fuera y sin importar el precio. Me desviviría en detalles que le mostrasen lo importante e indispensable que es para mí.

Pero justo ahora, maldición... Justo ahora nada de eso serviría. No puedo comprar su felicidad ni con cada centavo de mi asquerosa fortuna.

Y eso me hace hervir la sangre.

No tiene sentido que la persona que ha vuelto mi mundo de cabeza, aquella que me ha hecho perder el control de mi entorno, sea precisamente aquella persona que me negaba a perder.

Sabía muy bien que mi vida sería más tranquila si ella no hubiese entrado en ella. Me habría ahorrado muchos dolores de cabeza.

Pero...

Me acomodé con cuidado de no despertarla y la rodeé con mis brazos.

― No puedo ser objetivo cuando estoy perdida e irrevocablemente enamorado de ti, Kim Danielle.

Ella se quejó entre sueños.

¿Una pesadilla?

Me moví un poco para inspeccionar.

No parecía una pesadilla, aunque sus ojos se movían bajo sus parpados. Las pestañas cubrían el atisbo de un par de ojeras rodeadas por una lluvia ligera de pecas. Sus labios entreabiertos no estaban tensos, aunque se veían un poco resecos.

La estreché con cuidado y besé su sien.

― Despierta, cariño. ― susurré.

Ella parpadeó inmediatamente, un poco sobresaltada.

Su cuerpo se tensó.

Quizá pensando en que le daría buenas nuevas de su amiga, lo que me hizo sentir un soberano idiota y culpable al darle esperanzas vanas.

Besé su rostro intentando tranquilizarla y gracias a Dios funcionó.

Ella aceptó mis besos y se acurrucó en mi pecho, aferrándose a mí con un fuerte abrazo.

En los brazos de Jumin HanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora