Capítulo 1

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✧UN SOLDADO Y UNA MERCENARIA SENTADOS EN UN BAR✧

 

 

El bar estaba repleto de personas celebrando cuando llegué. Y no era el único lugar de fiesta porque todas las calles de aquel pueblo estaban adornadas con banderas, flores y listones colgando de los balcones. Era muy raro ver a todo el mundo alegre justo en medio de una guerra y en especial a los humanos.

Los humanos no son conocidos por ser unas criaturas muy fiesteras. Eso es cosa de las hadas—recordé en mi fuero interno.

Ignoré la algarabía para ir directo hacia mi cliente. Detrás de la barra se encontraba una mujer muy alta de brazos lo suficientemente gruesos para rivalizar con los de un mercenario. Tenía el escote muy bajo, probablemente para llamar la atención de los borrachos y le pagaran más de lo que deberían. Su cara estaba moldeada en una expresión de disgusto mientras limpiaba una jarra de cerveza. Pero sus facciones cambiaron rápidamente a una sonrisa cuando posó su vista en mí:

—¡Sky, qué bueno verte de regreso en una sola pieza! ¿Qué tal te fue hoy?

Sky no es mi nombre.

—Hola, Lidia. Le he traído un regalo al matasanos—Alcé la bolsa que sostenía en mi mano.

—Ese esperpento sigue encerrado en su estudio. Ni siquiera ha tocado la comida que le dejé ayer—Resopló molesta mientras apuntaba con el mentón hacia unas escaleras al fondo de la taberna.

—Muchas gracias, Lids—Saqué una bolsa de monedas y la deposité en la barra como pago por la información.

—Siempre es un placer, querida—Me guiñó un ojo antes de guardar la bolsa entre sus pechos.

Subí los viejos escalones de madera alejándome de las voces de los borrachos que cantaban himnos de guerra. Las escaleras me guiaron hacia un oscuro pasillo donde una única vela otorgaba la iluminación necesaria para ver la puerta del estudio. Yo no necesitaba esa luz; era más que capaz de ver en la oscuridad, pero Lidia y Bartolomew no podían.

—¡Bart, te he traído un regalo!—Avisé justo antes de abrir la puerta bruscamente.

No era mi primera vez dentro de aquella habitación, pero siempre había algo nuevo que hacía retorcer mis tripas. Las estanterías estaban repletas de frascos con partes de hadas menores como la piel de una rana, un ala de mariposa o la cabeza de un gremlin. Al fondo una pizarra estaba repleta de papeles escritos con algunos dibujos anatómicos. Y, justo en el centro de aquel desastre, se encontraba una mesa donde aquel matasanos estaba diseccionando una pixie.

Bart era un doctor poco común. Tenía esta extraña obsesión de utilizar partes de hadas para sanar a sus pacientes. Él creía fervientemente que la cura de todas esas enfermedades terminales residía en la magia y qué mejor que estudiar a las criaturas que la producían.

Su cabeza barbuda se alzó y sus manos se detuvieron justo cuando iba a extraer el páncreas del hada. Me miró con un extraño artilugio en uno de sus ojos, algo parecido a un telescopio pero más pequeño. Y sonrió ampliamente mostrando su diente falso: el colmillo de una salamandra.

—¿Qué maravilla me has traído hoy?

—Mandrágoras—Dejé caer la bolsa en la mesa con cuidado de no golpear su pequeño experimento.

Abrió la bolsa revelando la forma de una persona del tamaño de mi antebrazo. Sus párpados estaban cerrados mientras su boca estaba congelada en un grito mudo. No tenía pelo y su piel era completamente arrugada y oscura como la tierra. De su cabeza brotaban tres hojas grandes que solo los ojos de un experto podría distinguirlas como las de una mandrágora.

NAMELESS -just a little fairy tale-Where stories live. Discover now