Capítulo 8: "Íncubo del invierno"

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La tundra era tan árida y fría que pudiese calar en lo profundo de tus huesos, el aire que aspires te quema los pulmones, su frío tocará tu alma, suelta un suspiro y su gélido aliento se evapora con el que fue el calor de su cuerpo ante el inviern...

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La tundra era tan árida y fría que pudiese calar en lo profundo de tus huesos, el aire que aspires te quema los pulmones, su frío tocará tu alma, suelta un suspiro y su gélido aliento se evapora con el que fue el calor de su cuerpo ante el invierno, siempre está acostumbrado a este tipo de temperaturas, no era nada nuevo. Orrel hizo resonar sus botas en cada paso que daba, rebotan las hebillas de su cartuchera, cinturón y medallas, había una atmosfera pesada y densa que dejo en el aire, el coronel Sergéevich lleva tras su espalda ancha cientos de muertes ¿Le pesan? No, la verdad que nunca le han pesado, pero algunas lo han hecho llorar. La Tokarev rebotaba en el correaje de su cinturón, estaba fumando, cubierto en partes por la sangre de Igor, quien descansa cercenado en pedazos y planea desaparecer los restos del cuerpo arrojándolo a una caldera ardiendo, o tal vez se lo lance a algún animal carroñero o a sus mascotas, cuando llegó a las celdas otra vez percibió la mirada del rubio sobre su cuerpo.

El coronel encaró al alemán, quien no traía nada puesto, se quedó unos segundos contemplándolo, se quedó estático viendo al rubio desnudo, nunca había visto un cuerpo tan blanco y tan perlado de pecas, una belleza extravagante y digna de alcurnia. Sin divagar mucho entró en la celda de su prisionero.

Rudolph tenía una mirada profunda, preciosa e iluminada por la luna que callada se filtra por un rayo diminuto de luz, esas esmeraldas lo estaban poniendo nervioso, un silencio sepulcral entre los dos le carcome la piel y le eriza los bellos del cuerpo a Orrel, se dedicó a admirar más de cerca la figura del alemán, al fin ve con soberano y descarado morbo esos glúteos "Mierda..." Nunca había visto un cuerpo tan pronunciado en un hombre. Su cintura era perfecta, su vientre musculoso, la cintura delgada, sus piernas torneadas, su culo respingón y sonrosado, luce como un pastelillo, malditamente apetecible, admira los pezones rosados y el cuerpo hasta el sexo lleno de pecas, vello rubio, cutis de adonis.

Ambos vuelven a encontrar sus miradas, Rudolph lo había atrapado espiando su cuerpo de pies a cabeza. Orrel frunce el ceño, se sentía como un niño al que han atrapado viendo algo impropio. Y sin más Rudolph hace algo que hace vibrar la piel del ruso, le sonríe.

Furioso con su recia mano Sergéevich toma el rostro de Müller, retándolo con fiereza. —¿De qué te ríes maldito nazi? —Pregunta furioso. Acaricia el rostro de Rudolph, este, suelta un suspiro suave sobre los dedos de Orrel, tan cálido que siente su calor sobre su guante, sigue admirando esos preciosos ojos verdes, ese cabello rubio, esa piel tan blanca que le quema, le lastima la vista. Rudolph hacía tintinear las cadenas de su pie y prosigue a cerrar los ojos, pero Orrel lo mueve, agita su rostro acercándose más y más a esos labios carnosos y tan rojos. —No, mírame... —Ordena molesto, el rubio le vuelve a encarar con esos ojos melancólicos, le gusta ese color, tan exóticos, tan profundos y brillosos. —Cuando lloras brillan más... —Rudolph comienza a lagrimear, emitiendo gimoteos, Orrel confirma lo que decía, en efecto, el verde brilla más con sus lágrimas y toca sus labios con su dedo pulgar. —Apuesto que tus labios son suaves —Se quita el guante de su mano, sintiendo por fin sus dedos otra vez sobre ese cuerpo, toca al fin los labios de Rudolph, suaves como esperaba, muy tersos, tenía una nariz roja y perlada con un punto del brillo lunar, ¿Cómo era posible que la simple acción de mirar a Rudolph directo a la cara lo haga flaquear? Lo está volviendo loco, lo está haciendo enfurecer, su cuerpo entero sabe lo que quiere, lo que desea y lo que se irgue entre sus piernas. —Acércate a la luz... —Toma esas suaves mejillas, su rostro es pequeño, su barbilla y mentón los puede abarcar Orrel con una sola de sus manos y curioso piensa —Tu boca... ¿será igual de suave? —Cuando pone su dedo en el interior de la boca de Rudolph, el alemán suelta un gemido y avergonzado Orrel aparta su mano.

Marcha Roja[+18 Contenido Homoerotico]Where stories live. Discover now