Capítulo 2: "Aquella tarde en Moscú"

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Aquel día hubiese nevado mucho antes, aquel día el cielo era recubierto en un blanco absoluto, y Orrel hubiese recordado cada cielo que había visto en su vida

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Aquel día hubiese nevado mucho antes, aquel día el cielo era recubierto en un blanco absoluto, y Orrel hubiese recordado cada cielo que había visto en su vida.

Desde los campos verdes, donde recogía manzanas, las cosechas de febrero en un cielo nublado, el día en que comenzó a trabajar en la fábrica de tanques de guerra. El día nevado cuando papá murió pero que supo siempre amo, y el mismo día en que se unió al ejército rojo. Hubiese visto cientos de cielos en los países a los que ha ido para batallar, hubiese visto miles de tonos grises llegando a negro entre el humo de los tanques que disparan y dejan la sordera.

Y nunca olvidaría aquella tarde, en que durante la marcha de miles de soldados hubo uno, un muchachito pequeño, un muchachito de ojos grisáceo, un muchachito que le vio a los ojos. Y juraría que esa era el color del cielo gris. Un soldado de ojos vivaces, pero de tendencia manipuladora y sonrisa enervante. Como aquella tarde en Moscú.

Amaba el color gris desde ese día, siempre le gusto, ya sea por la nostalgia del mismo en el cielo, o los ojos del muchacho en la tierra. Ahí conoció al cabo de ojos grises.

Los recuerdos pasan en su mente, rápidos y fugaces.

Y entre la suave neblina fueron descubiertos de un manto blanco. Un blanco de humo cariñoso. Por el cual eran recibidos los valientes soldados que habían batallado valerosamente.

Y que les permitía volver a sentir los brazos de su patria. Los labios rojos se entre abren, belfos delgados que fácilmente se veían a simple vista eran suaves. Indecorosamente lábil, que pedía a gritos ser mordidos. Pero a la vez, la contemplación ante la apariencia de su cabo era inadecuada. Enfermiza, el Teniente alejo su vista del muchacho. Queriendo evitar imaginar lo que no debía. En aquella impertinente invitación que daba aquel chico con su sola apariencia.

Con su mera presencia.

Y sin mencionar el brillo en su mirada.

No deseaba permanecer en un solo sitio. Así que siguieron caminando. Fielmente el cabo de ojos grises seguiría a donde fuera el Teniente. Siempre...hasta no poder más.

El teniente Orrel Sergéevich Smirnov estaba de descanso por aquel entonces. Visitando nuevamente la capital, a su lado en menor estatura estaba su pequeño y amistoso asistente. El cabo de infantería Konstantine Ivanov hacía de su acompañante. O como hubiésemos de conocerlo, nuestro cabo de ojos ceniza.

La gente evitaba su andar, abriéndose paso para no interrumpir la caminata de los soldados. Culpa mayor al teniente.

Smirnov poseía una musculatura vulgarmente enorme, un hombre podría sentirse morir en la envidia absoluta ante su apariencia. Omoplatos duros, una espalda ancha, que alguna vez cargo costales y vigas de metal pesado, antes de unirse al ejército. La fuerza en sus bíceps mostraba como fácilmente podría matar a una persona de un golpe. Piel mentadamente bronceada por el sol abrasador de la India, una barba negra medianamente poblada. Sus botas suenan demandantes para que los peatones se largaran de su camino.

Marcha Roja[+18 Contenido Homoerotico]Where stories live. Discover now