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10 de julio

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10 de julio

Guardé mi bolsa de deporte en el maletero del bus, subí y me dirigí hasta el final, «como hacía en mis años de instituto», gruñí al dar con un crío despeinado y con cara de pocos amigos sentado junto al cristal. Miré el resto de los asientos y resoplé: todos parecían ya ocupados, de manera que no me quedaba otra que hacer el camino acompañada de ese niño rancio.

—¿Un chicle para el mareo? —pregunté enseñándole la caja. Me miró con asco y se puso unos auriculares de diadema a los que se le salía la espuma de los audífonos. Negué con la cabeza y lo imité, poniéndome los míos; sin embargo, cuando la canción que tenía puesta llegaba a mi parte favorita, Matt me arrancó unos de mis auriculares y me dijo:

—Eres la monitora, no puedes estar escuchando música. —Puse los ojos en blanco y apagué mi reproductor de música guardándolo en mi bolso de nuevo.

—¿Sabes que hay más de dos horas hasta el campamento? —Matt asintió con una sonrisa pérfida, «el muy cabrón estaba disfrutando como un enano»—, ¿y qué cojones se supone que vamos a hacer durante dos horas?

—¡Bote! —gritó una niña saltando de su asiento y corriendo hasta nosotros con una hucha de latón en la mano. Me la acercó y se puso sus gafas bien—. Tienes que poner veinte centavos por cada palabrota que digas.

Miré a Matt ojiplática.

—¿En serio? —le pregunté.

—Normas de la dirección —respondió Matt levantando las manos y haciéndose el desentendido.

—Paga —dijo la niña repelente acercándome más el bote. Resoplé y saqué un billete de diez dólares.

—Diez pavos, niña. No vuelvas a joder —respondí metiendo el billete. La niña se quedó pensando unos instantes.

—Te quedan nueve dólares y sesenta centavos —sentenció con su voz chillona dándosela de sabionda—. Eso son... —La niña, que según decía la etiqueta de su sudadera se llamaba Dalia, comenzó a calcular con los dedos—. Veintidós palabrotas —sentenció henchida de orgullo. Yo fruncí el ceño extrañada. «No soy un hacha en mates, pero creía que con diez dólares me daría para al menos cincuenta palabrotas». Hice los cálculos yo también.

—No me quedan veintidós, me quedan cuarenta y ocho —respondí haciendo los cálculos. Miré a Dalia con una sonrisa cínica—. Deberías repasar las mates, bonita.

El chico de mi lado comenzó a reír.

—¡Matt! ¡Tom se está burlando de mí! —gritó Dalia con rabia a la vez que daba un golpe en el suelo con el talón y señalaba al chico. «¡Además de petarda era una acusica!».

—Basta— dijo Matt alternando su mirada azul entre los dos niños—. Tom, no quiero problemas este año, ¿entendido?

Bufé molesta y me recosté en mi asiento, luego, como si de un robot se tratara, Dalia comenzó a llorar de manera teatral, logrando que Matt la cogiera de la mano y la llevara de vuelta a su asiento.

Los diarios de Dakota: Soy de titanioWhere stories live. Discover now