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17 de julio – Antes del combate

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17 de julio – Antes del combate.

Los nervios por el combate de aquella noche se habían alojado desde muy temprano. Lo cierto es que me había despertado un par de horas antes de que las chicas se levantaran, de manera que me puse un short, una camiseta deportiva y mis zapatillas de entrenamiento, me vendé los nudillos y salí a correr un rato por el pequeño bosquecillo. Me encanta salir a correr porque me relaja mucho y me ayuda a pensar y recapacitar sobre todos mis problemas sin embargo, aquella mañana salir a correr fue una tortura. Los sentimientos que me recorrían desde hacía varios días me golpeaban con fuerza cada vez que trataba de bloquearlos. Aunque yo protegía todos los flancos de mi corazón, la masa informe de emociones, tanto buenas como malas, no me dejaban respirar. Aceleré el ritmo de mi carrera hasta el punto en que todos mis músculos aullaban de dolor por el cansancio, los pulmones me quemaban y mi marcador deportivo comenzó a pitar a causa de mi pulso acelerado.

Después de una rápida sesión donde apenas pude repetir el saludo al sol más de cinco veces, me di una ducha, ayudé a las chicas a hacer la maleta y recoger el barracón, desayunamos todos juntos y nos metimos en el bus. Las dos horas de vueltas, aunque algo más entretenidas, se me hicieron largas; en parte porque Matt no dejaba de mirarme con aquellos ojos verdes con los que, al menos en mi mente, me pedía un minuto a solas, en parte porque sabía que tendría que despedirme de Tom, quien volvería a su soledad hasta que se adaptara a vivir sin su madre.

Cuando, finalmente me despedí de todos, le di mi número de teléfono a los abuelos de Tom para que me llamaran si el chico necesitaba algo y le envié un mensaje a David para que pasara a recogerme, Rocco nos llevó a casa en un Mustang con bastante solera.

—¡Vaya! ¿Este es tu barrio? —preguntó Rocco bajando la velocidad y observando todas y cada una de las casas colindantes a la mía.

—Sí —respondí escueta. Mirando mi teléfono para comprobar la hora. Aún era pronto, de manera que tenía tiempo para almorzar algo ligero y darme una ducha relajante.

Entré en casa seguida por Matt y Rocco.

—¿Hay alguien en casa? —grité soltando mi bolsa en un rincón de la entrada—. ¿Papá? ¿Helen?

—¡Por fin llegáis! —Eli apareció con una sonrisa enorme por la puerta que daba a la cocina. Abrazó a su hermano y le dio un beso—. ¿Qué tal el campamento? —preguntó después de saludar a Rocco y abrazándose a mí.

—¿Dónde está mi padre? —le pregunté con una ceja en alto.

—Se ha marchado con mi madre a no sé qué reunión en Pasadena, dijo que volverían el jueves o el viernes —respondió alegre. Luego volvió a centrarse en su hermano y en Rocco quienes la siguieron hasta la cocina.

Me desperecé contenta de volver a casa. Aunque estaba deseando ver a mi padre, saber que no estaría esa semana me daba tiempo para pensar en una solución al tema de Paco y Matt. Me encerré en mi cuarto y preparé dos bolsas. La primera la saqué de una caja que escondía en el fondo del altillo de mi armario; era la de los combates, donde siempre guardaba: mis guantes de la suerte, mi sujetador deportivo, los shorts y la camiseta con el dibujo del cóndor de los Andes, logotipo que Paco siempre nos hacía lucir en todos los combates a los que nos presentábamos, mis zapatillas y las vendas que siempre usaba tanto para los tobillos como para los nudillos. Sin olvidar mi neceser y mi funda protectora de los dientes. Esta, aprovechando que Eli, Matt y Rocco estaban entretenidos charlando en la piscina, la escondí entre los cubos de basura de la entrada, lugar donde David la cogería en cuanto llegara. La razón por la que evito que alguien vea esa bolsa es porque lleva el cóndor de las narices serigrafiado en dorado.

Los diarios de Dakota: Soy de titanioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora