Parte dos

129 15 2
                                    





Nada fue distinto o novedoso. Y en absoluto salí a pasear como hice el día previo. 

Búsqueda de trabajo, leer, pasar tiempo con mi gato, tirarme en el sofá y ver la televisión. En eso se basó mi día. Quizá algún que otro snack, puede incluso que demasiados. ¿Para qué mentir? Me pasé el día picando comida. Y, sinceramente, lo pasé genial. Me gustaba disfrutar de mis días a solas encerrada en casa haciendo exactamente lo que me apeteciera en todo momento. Esas son las maravillas de vivir solo.

¿Tiene sus inconvenientes? Quizá, aunque yo no se los encontraba en absoluto. Como dicen: Yo me lo guiso, yo me lo como. Si quiero quedarme tirada en el sofá, lo hago. Si quiero dormir, me acuesto. ¿Beber? No hay problema, ya estoy en mi casa. ¿Un snack? No hay nadie para decirme «¿Otra vez vas a la nevera?». Bueno, quizá mi mente, pero la ignoro completamente. ¿Ir desnuda por la casa? Lo hago y hasta me marco un baile.

La libertad que eso te brinda no tiene comparación. Si alguien encuentra los inconvenientes de vivir solo, que venga y me lo explique porque, a día de hoy, sigo sin encontrarle el problema.

Bien es cierto que a veces, como todo, una desea encontrar a alguien con quien compartir sus días, su vida y todas esas cosas, pero era algo difícil para alguien como yo; además de mis altas expectativas.

Y yo tampoco era un gran partido ¿Para qué mentir? No destacaba por mi belleza, era menuda, algo despistada y descuidada. Introvertida. Entablar amistad o conversación con la gente no era mi punto fuerte. Tampoco había encontrado a nadie que me interesara lo suficiente como para empezar una relación o incluso una amistad.

Aunque no sea justo, culpo por encima de todas las cosas a los libros y películas. 

Sí, porque elevaron tanto mis expectativas, que ya no creo que sea posible encontrar alguien como en estos. Esa persona que irrumpe en tu vida sin previo aviso, pone tu mundo patas arriba y acabáis enamorándoos. O esa con la que te llevas mal, donde el odio es mutuo, pero dentro de ese crece una química a la que pronto, o no tan pronto, ninguno de los dos puede resistir y surge una pasión incomparable.

¡Incluso el ricachón que se pierde por una chica tan normal como yo!

¿Dónde tengo que firmar para alguien así? Una vez más, ¡malditos sean! Han roto todos mis esquemas y dejado el listón muy alto. Quisiera poder ser tan atrevida como esos personajes de los libros que tanto leo. Ser un poco más lanzada o atrevida. Aunque sea una solitaria, mi corazón es un romántico empedernido. Y a todas nos pierde esa persona que puede ser salvaje a la par que dulce... ¿O me equivoco?

Respecto a los amigos, los tenía, aunque no en gran cantidad. Además, todo había cambiado.

Cuando te gradúas y debes decidir qué camino tomar, no siempre coincide con el de ellos. Siendo así que, cada uno parte hacia lugares distintos e inicia una nueva etapa. Sigues en contacto, pero sabes que no es lo mismo. Ahí descubres quién es tu amigo de verdad, dado que, cuando vuestros caminos coinciden, el tiempo parece no haber pasado para ninguno.

Conservaba algunas amistades, pero como ya he dicho, nos veíamos poco. Además, a menudo sus intereses y los míos no encajaban.

Yo, mentalmente, era como una abuelita en muchos aspectos. Prefería cosas tranquilas. Estar en casa antes que salir. Un bar antes que una discoteca. Por supuesto que me gustaba algún desmadre de vez en cuando, cometer alguna locura, pero al final prefería algo más relajante. Cosa que, al parecer, no era muy común en alguien de mi edad. Aún así, no me importaba. Ellos me querían tal y como era, y viceversa.



━━━━━━━━ • ━━━━━━━━






En mi tranquila noche, leyendo una vez más, volvió a suceder. Esa débil música captó mi atención, de nuevo acompañando mi lectura. «¿Otra vez?» Fue lo primero que cruzó mi mente, pero pronto sentí algo totalmente distinto al dar la pieza un giro de 180 grados. Parpadeé, dándome cuenta entonces. No era una reproducción, era un piano de verdad. Alguien estaba tocando aquél hermoso instrumento. Eso desató mi curiosidad, centrando toda mi atención en su tarea.

Me vi inmersa en su melodía, pausando completamente todo lo que estaba haciendo. Tocaba el piano con toda soltura, ligero como una pluma. Definitivamente sabía lo que hacía. Sentía sus dedos acariciar las teclas de aquél instrumento, deleitándome con una pieza de música que no logré reconocer. No parecía ser de ningún autor conocido, lo cuál me hizo pensar que fuese un compositor. ¿Estaría creando? Pronto sus dedos tomaron un camino completamente distinto, jugando con las teclas y dando un giro a su melodía para, gradualmente, tocar otra pieza.

Una sonrisa se esbozó lentamente en mi rostro, completamente embelesada. La curiosidad se apoderó totalmente de mí y, sin darme cuenta, me encontré andando hacia mi ventana intentando descubrir de dónde venía exactamente aquél hermoso ruido. Haciéndose este ligeramente más audible, comprendí que no venía precisamente del edificio frente al mío o incluso algún vecino de al lado. Aumentando mi interés, abrí la ventana y me asomé.

Entonces le pude escuchar con claridad. Era todavía incluso más hipnotizante. La música provenía de la plaza y llegaba hasta mis oídos, provocando un cosquilleo recorrer todo mi cuerpo. Mis ojos, de nuevo, intentaron encontrar dónde se originaba exactamente, pero fallaron estrepitosamente. No había forma de ver los pisos más allá de la plaza con tanto árbol.

Sin embargo, incapaz de escapar, me senté en el borde de la ventana, decidida a escuchar. Sus dedos unas vez más hacían que su piano inundara la calle dulcemente. Era una composición mezclada entre tristeza y esperanza. Era como si la misma persona que tocara esa pieza, sintiera exactamente en ese momento lo que sus dedos creaban.

Mi mente no pudo evitar darle vueltas a ese pensamiento: ¿Un alma atormentada? Sonaba triste, roto, pero a su vez, parecía no perder la ilusión por luchar. Me sentí incluso identificada con su dolor. Su talento me tenía cautiva. Sintiendo la brisa de la noche contra mi piel, apoyé la cabeza en el marco de la ventana. Acomodada, me permití disfrutar de lo que pareció una lucha por crear una bella canción.

Tan absorta, tan maravillada que, cuando todo ruido cesó, la comisura de mis labios se torció. Sentí un ligero pinchazo en el pecho. Mis oídos se agudizaron, intentando volver a percibirle, pero nada obtuve. Nada logré escuchar.

Había abandonado su batalla.

Entre un suspiro, observé una última vez la noche bajo mis pies. La calle vacía, todo en completa calma cubierto por un silencio ensordecedor. Extrañada, y sintiéndome algo vacía, me levanté y cerré la ventana.

¿Qué podía hacer ahora? Me había privado de su celestial habilidad.

Tras ese pianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora