Parte tres

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Los días pasaron y con ello la semana. Todo había seguido su curso durante el día. En cambio, por la noche, yo parecí haber comenzado una nueva rutina: mirar el reloj y esperar a que diera la hora. Esa en la que aquella persona iniciaba de nuevo su pelea contra el piano.

Nunca sonaba igual. Parecía tener un perfecto cajón lleno de nuevos acordes, sorprendiéndome cada noche y, de nuevo, teniéndome presa. Era como si hablara a través de su música, como si intentara decirle algo a alguien a gritos.

Un corazón roto. Eso fue lo primero que pensé. Un pobre corazón herido por algún doloroso acontecimiento. ¿Una ruptura? ¿Una muerte? ¿Un amor no correspondido?

Ahora sabía de dónde provenía, pero continuaba sin conocer su identidad. Era una locura, pero me vi enganchada cada madrugada a ese dolor. A la vez, a esa fuerza que desprendía. Mientras su mente parecía un tormento, la mía tan sólo podía pensar en descubrir quién se escondía tras ese piano. En una semana había logrado atrapar completamente mi curiosidad.

Frustrante; esa era la palabra.

Escuchar cada noche algo tan perfecto y no poder hacer nada era exactamente eso: frustrante. O sí podía. ¿Presentarme en su edificio y llamar puerta por puerta? Taché al instante esa opción. No quería parecer una loca. ¿Una nota? Quizá podía funcionar, pero ¿y si caía en malas manos?

El chasquido de unos dedos me devolvieron a la realidad. Parpadeé varias veces, volviendo en sí. Mi hermana me fruncía el ceño.

—Llevo hablándote media hora —me reprendió—. ¿Dónde estabas?

—Perdón —carraspeé, revolviéndome en mi asiento.

Todavía me sorprendía que mi hermana me hubiera pedido ir a tomar café aquél fin de semana. Seguramente fue cosa de mi madre respecto a mi situación en el paro. Sabían que había estado algo ausente y supongo que estaban preocupados. Respecto a Annissa, mi hermana, no vivíamos muy lejos la una de la otra, pero tampoco nos veíamos muy a menudo. Tomamos caminos distintos y cada una tenía su vida. Aún siendo la mayor, ella había logrado ciertas cosas antes que yo. Tenía novio, estudiaba la carrera que deseaba y tenía un trabajo estable. Seguramente, incluso, pronto se casarían. Habían estado juntos casi siete años. Yo, por otro lado, seguía soltera. El amor no parecía estar hecho para mí. Bueno, quizá la gente en general.

—Mamá te manda recuerdos. Dice que hagamos una comida familiar el fin de semana que viene.

—Oh, ¿y te lo ha dicho a ti?

—Bueno, si no te escondieras del mundo, y respondieras de vez en cuando, te habría escrito a ti también.

Mi boca se abrió ligeramente un instante por su hostil comentario.

—Perdón —dijo al darse cuenta de que me había herido. Se inclinó ligeramente hacia mí y apoyó su mano en mi rodilla—. Es que, entiende que estemos preocupados. Ya han pasado dos meses.

—No necesito que me lo recuerden.

—Velia, tan sólo lo digo porque sé que no te ha sido fácil no encontrar trabajo estos dos meses. Y todos sabemos que fue una putada lo que tu jefe te hizo, pero no tienes que encerrarte en esa burbuja.

—Lo sé —Meneé la cabeza, admitiendo que estaba en lo cierto—. Estoy bien, tan sólo un poco estresada. Encontraré algo pronto.

—Estoy segura. —Me sonrió—. Y sabes que si necesitas algo, tan sólo debes hablar con mamá. Sabes que ella está encantada de ayudarte.

—Sabes que no lo necesito —espeté—. Puedo apañármelas yo sola.

De hecho, podía. Antes de perder mi trabajo, había estado en aquella empresa desde que tuve edad para desarrollar un empleo. Había logrado fabricar una enorme hucha, pudiéndome así permitir el piso en el que estaba. Evidentemente, no quería tirar de ahorros, pero la situación lo requería.

Tras ese pianoWhere stories live. Discover now