Parte cuatro

114 13 1
                                    




Desperté tan temprano que todavía era de noche. Creo que ya no recordaba la última vez que madrugué tanto. No había dejado de dar vueltas toda la noche en la cama y la pequeña composición de notas que escribí no se iba de mi mente. Anoche, esperando que el sueño al fin se apoderara de mí, escribí una pequeña idea de notas que me parecieron perfectas para ese trozo que aquella persona intentaba tanto completar.

Quería entregársela, pero ¿cómo?

Habiendo fallado en seguir durmiendo, me levanté al fin de la cama un poco antes de las cinco de la mañana. Sin saltarme un paso a pesar de la hora, me preparé un café y observé el amanecer por la ventana mientras decidía mentalmente qué hacer.

Era una locura, me repetía mi conciencia: ¿Dejarle a un extraño o extraña una nota con una recomendación? Y no sólo eso... ¿Colarte en un portal ajeno para dejar la nota en el tablón de anuncios? Me sorprendió hasta a mí la rapidez con la que me auto respondí: Sí.

Qué triste y aburrida era mi vida.

En un impulso por cometer una acción un tanto irracional, me fui directa a la ducha. Tras ello, me vestí y preparé para salir. «Tan sólo es una nota sin maldad alguna.» ¿Qué podía perder? Lo peor sería no recibir respuesta alguna y yo permanecería como una loca anónima.

Mirándome en el espejo, como si tratara de convencerme a mí misma para echarme atrás en todo esto, suspiré. Porque no había vuelta atrás. Esto era como en esas historias que tanto había leído: ¡A la aventura! Ya era hora de cometer alguna locura. Si quería cosas emocionantes, no debía siempre esperar a que sucedieran; debía provocarlas.

Aún con mi mente diciéndome lo poco cuerdo que era todo esto, bajé a la calle. Observé que no había apenas nadie y, ¿cómo no? ¡Eran las seis de la mañana! Hasta dentro de una hora las calles no se llenarían de gente yendo a sus respectivos puestos de trabajo. Como si nada, caminé hacia la plaza, intentando calmar los nervios que habían surgido en mí. Debía reconocer que, a medida que me acercaba, más ganas tenía de echarme atrás. «No seas una cobarde» Me dijo mi mente, «Vive una locura». A lo que, reuniendo todo el valor que pude, atravesé la plaza y me dirigí hasta su portal. El plan parecía hacer aguas. Nadie parecía estar a punto de entrar o salir por esa puerta y los metros de distancia iban menguando con suma rapidez; incrementando mi inseguridad.

El destino pareció querer comunicarse conmigo, porque tan pronto llegué, alguien dobló la esquina y venía directo hacia el portal. Una señora anciana con su perro, ¡bien! Por lo general, solían ser amables. Vendría de su paseo matutino. Quizá ni me preguntaba.

—Buenos días —dije con una educada sonrisa nada más la mujer se detuvo junto a mí.

—Buenos días —respondió. Pareció una eternidad, aunque tan sólo fueron dos míseros segundos—. ¿Quería algo?

¡Esa opción no lo había sopesado! ¿Ahora qué digo? ¿Qué hago? Gracias a Dios, mi mente pudo formular una excusa rápida y barata.

—Yo, eh... Disculpe, mi amigo vive aquí y debía dejarle unos papeles que necesita para hoy, pero no recuerdo el piso. Son demasiados para recordar —solté un pequeña risa inquieta—. Quería haber entrado y revisar su nombre en el buzón, pero la puerta estaba cerrada. No me coge el teléfono y tengo algo de prisa. Debo ir a trabajar ya.

—Oh, no se preocupe —me sonrió mientras tomaba las llaves y las introdujo en la cerradura para abrir. Mi corazón se aceleró lleno de euforia; victorioso—. A menudo les digo que no cierren siempre con llave. Sé que es algo peligroso, pero es muy agotador desbloquear la puerta cada vez. Más con todos esos jóvenes que vienen a dejar propaganda, a vender cosas. Y sobre todo el pobre cartero. Uno ha de bajar cada vez que le llega algo —rodó los ojos soltando un pequeño gruñido ante aquello último.

Tras ese pianoWhere stories live. Discover now