Parte cinco

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Madrugué y no sé bien ni para qué. ¡Era a las diez y media! Y la editorial no estaba muy lejos, tan sólo a diez minutos en coche. Otro punto a favor si me contrataban: no estaría lejos. Eso era de agradecer. Aunque tampoco era alguien a quien le importara desplazarse si era debido. Podría andar tres kilómetros cada día tan sólo para ir al trabajo. Lo sé, un poco locura..., pero podría.

Asegurándome de ir perfecta, bien vestida y que nada fallara en mi apariencia, estaba casi lista. Odiaba tener que dar buena imagen. Es decir, para los trabajos y respecto a las fotos en los currículums. De hecho, el mío no llevaba fotografía, por eso me sorprendió que me llamaran. Todo el mundo quiere saber qué rostro va a tener en su empresa. Algo que no creo que debiera ser así. Si contratas a alguien que sea por su talento, no por su físico.

Aún así, tuve que ponerme tan profesional y decente como pude. Después de dos meses, necesitaba ese trabajo... ¡Ya!

El espejo me devolvió el reflejo de una chica que parecía muy profesional. «¿Me habré pasado?» ¡Ni siquiera había cotilleado la editorial! No conocía su estilo o si tan sólo trabajaban en un mismo campo. ¿Ya había mencionado que era un poco despistada? Además, no querían currículum en físico, así que todo fue vía e-mail. «No te preocupes, todo irá bien» Me dije a mí misma «A partir de aquí, todo va a cambiar a mejor».

Asintiendo, y con una sonrisa, me di la vuelta y me dispuse a salir.

Creo que no recordaba incluso la última vez que cogí el coche. No haber tenido trabajo y pasado gran parte del tiempo en casa, tan sólo me desplacé andando a los sitios más cercanos las últimas semanas. No había ido muy lejos. Tras una búsqueda, lo encontré al acordarme de dónde lo aparqué. Subí y partí hacia la dirección.

Los nervios me devoraban, aunque tras esa tila previa éstos iban menguando poco a poco. Cuando quise darme cuenta, ya había llegado a mi destino. ¡Tenían parking! Otro punto a favor. Estacioné el coche y caminé hacia la entrada intentando rematar esos últimos nervios.

El edificio era medianamente grande. Realmente no era una editorial pequeña. Lo curioso aquí, en mi ciudad, era eso: había un montón de empresas distintas, mucha variedad.

Nada más entrar, mis ojos analizaron el interior. Luminoso, amplio y con decoración minimalista. Me gustaba. Sencillo a la par que con estilo propio. Tras localizar a la recepcionista, fui directa hacia ella. Al verme, me regaló una educada sonrisa y yo se la devolví.

—Buenos días.

—Buenos días —saludó—. ¿Qué desea?

—Tengo una entrevista ahora a las diez y media con el director. El señor... —respondí, pero al darme cuenta que no me sabía ni el nombre, entré un segundo en pánico. ¡Mierda!

—Sí, el señor Hiro —descendió la mirada hacia su ordenador. Supuse que para comprobar mi cita. Su mano apuntó hacia su derecha. Al mirar yo, comprobé que señalaba el ascensor—. Es el quinto piso, al fondo. Está en su despacho, verá el nombre en la puerta —me volvió a sonreír.

—Gracias —musité.

Haciéndole una última señal de agradecimiento, partí hacia donde me indicó. Gracias a Dios, subí en el ascensor sola. Me sentía incómoda cuando debía subir con algún extraño, además de que no soy una fanática de los ascensores. Al llegar, mis ojos se agrandaron al ver la oficina. Había unas veinte personas trabajando. Algunos se percataron de mi presencia así como me adentré y crucé esta. Definitivamente notaron que no pertenecía a la empresa. Tras lo que pareció un agónico paseo hasta la puerta del director, llegué y me deshice de todos aquellos ojos sobre mí.

Tras ese pianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora