Parte seis

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Decir que dormí del tirón sería mentir. Apenas logré pegar ojo y todo era debido a esa súper acosadora misión que, de nuevo, debía realizar: ver si mi pianista había respondido. Por lo que,  tras dar vueltas y vueltas en la cama desde las cuatro de la mañana, me levanté y preparé para ello.

¿Quién dijo miedo? Ya me había aventurado en toda esta locura y era incluso emocionante. De hecho, era lo más apasionante que me había ocurrido hasta ahora en mi aburrida vida.

Lista una vez más, bajé a la calle y, tan pronto lo hice, volví a revisar qué tan llena estaba la calle. Revisé la hora e incluso era más pronto que la otra vez. A medida que avancé hasta el edificio caí en la cuenta de lo más obvio: Y ahora, ¿quién me abriría la puerta? Una vez más, me entró el pánico. 

«¡Calma! La señora aparecerá» me intentó apaciguar mi mente, pero, así como me iba acercando, llegaba a la puerta y la señora del otro día no parecía venir. «Todavía estás a tiempo de echarte atrás...» Me tentó el raciocinio, pero rápidamente le respondí que hoy no iba a ser ese día.

Así que, reuniendo todo el valor y coraje, avancé hasta la puerta y entonces inhalé profundamente. Mi mano se colocó sobre la puerta y, al comprobar si estaba cerrada, mi rostro cambió al ver que avanzaba, que la puerta se abría. Enarcando una ceja y haciendo una ligera mueca a modo de aprobación,  terminé de abrirla y me adentré como si de otra vecina cualquiera se tratara.

Divisé el tablón de anuncios y me paré frente a él. Revisé todo lo publicado: Anuncio, anuncio, recordatorio «El vecino del cuarto tiene que dejar de hacer tanto ruido a las cuatro de la tarde. Firmado: la señora que intenta echarse la siesta» se burló mi mente y ahogué una risa.

Entonces mis ojos la encontraron y una sonrisa creció en mi rostro. Mi corazón dio un vuelco incluso. ¡Había respondido! ¡Mi pianista respondió a mi nota! Mis dedos la atraparon y  arrancaron del tablón para verla mejor.



¿A quien debo el honor y agradecerle la ayuda?

P.D. Refrescante elección. Era exactamente lo que necesitaba.



Decir que sonreía como una estúpida era quedarse corta. Y su caligrafía era incluso hermosa. «Madre mía». En un momento de lucidez carraspeé, me recompuse y traté de pensar qué haría ahora. Lo más evidente sería responderle, por supuesto, pero no quería hacerlo de cualquier manera.

¿Qué le respondes a la persona que parece que acosas todas las noches y oyes ese don que tiene con el piano?

«Maldita sea»

Eché un vistazo rápido, asegurándome de que nadie hubiera, y luego solté un suspiro. ¿Qué debía hacer ahora? ¿Cómo podía responderle? Parecía haber querido entrar en esa locura de juego que yo empecé, pero se me olvidó la parte más importante: Seguir.

Entonces, tras unos segundos que parecieron una eternidad, mi mente formuló una idea y la puse en marcha. De mi bolsa, saqué ese bolígrafo que había traído por si mi suerte era afortunada  y me dispuse a contestarle. Giré la nota y la apoyé contra la pared para escribir. Repasando cada palabra en mi mente, no dudé en escribir mi respuesta.

Al acabar la contemplé, decidiendo mentalmente si aventurarme una vez más o echarme atrás.


Todo talento en algún momento necesita de otra perspectiva.


¿Demasiado simple? ¿Muy prepotente? Mi expresión se arrugaba sutilmente, intentando encontrar algo que todavía me dijese lo loca que estaba y que me retirase a tiempo. Pero una vez más, ese cosquilleo por cometer una locura y vivir nuevas experiencias, predominó. Por lo que, en un impulso, decidí no darle más vueltas y dejar de nuevo la nota clavada en el tablón con mi respuesta a la vista.

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⏰ Última actualización: May 07 ⏰

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