Que mala costumbre la que tenemos de ir por ahí: juzgando y subestimando.
A veces, el más débil es quien tiene más valor.
De vez en cuando, el demonio resulta ser un ángel.
Aibyleen Whittemore, modelo, empresaria y cosmetóloga.
Una rubia despampanan...
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Mi sangre estaba hirviendo, y tenía recurrir a los ejercicios de respiración para no perder la cordura. Verlo a él tan cerca de ella, y que la rubia no tuviera ningún problema con ello, me enfurecía.
—¿No buscarás a tu cita? —le pregunté a Demián antes de darle un trago al vaso de whisky que tenía en la mano.
—No, Aibyleen puede con él —dice, lo miro con incredulidad.
—Es Manuel Johnston —lo señalo, él asiente—. Es un imbécil.
—Lo sé, a Aibyleen no le gustan los idiotas —se encogió de hombros—. Ya se aburrirá.
Solté un bufido, cuando Demián debía sacar sus garras, las escondía. ¿Quién lo diría? Mi amigo hacia de las suyas cuando no debía.
La miré otra vez, se veía preciosa con su gran sonrisa, pero la rabia me carcomía al saber que se estaba riendo con él. La rubia sacudió la cabeza y sonrío, le dijo algo y después se alejó en dirección contraría.
—Ahora vuelvo —le dije a Demián, quién solo asintió.
Dejé el vaso sobre la mesa y me acomodé el saco, caminé en la misma dirección en que la rubia desapareció hace tan solo un minuto. Me pierdo en el pasillo, escuchando su voz en un murmullo.
—Sí, te dije que mañana podemos hacerlo temprano —estaba de espaldas a mí, frente a la puerta del baño—. No, Brady, yo me puse las extensiones hoy, ya mañana solo serán las uñas y la sesión de fotos.
Sonreí al verla taconear con exasperación, caminé hasta quedar a unos centímetros de su espalda, aún ajeno a su atención.
—Bien, sí, llegaré temprano —se ríe—. Va, está bien.
Colgó, pero no le di tiempo a darse vuelta, ya que me había pegado por completo a su espalda.
—Hola, Aiby —susurré cerca de su oído, poniendo mi mano en su cintura. Se sobresaltó, llevándome a acercarla más a mí cuerpo—. De todos los lugares del mundo, este era el último en dónde creí toparme contigo.
—Creo que pensamos igual —murmuró, bajé mi rostro a su cuello, inhalando su dulce perfume a vainilla—. Ya tenemos algo en común.
—Que bueno —besé la parte trasera de su oreja—. He tenido tu dulce aroma todo el día en la mente, peach, así como la imagen de todo tu cuerpo desnudo contoneándose sobre el mío.
—No creo muy conveniente tener esta conversación en público, Sebas —dijo con voz titubeante, y me enternecía el hecho de que se pusiera nerviosa.
—Entonces, abre esa puerta y hablemos en privado —le dije firmemente.
Inhaló profundamente, pero hizo lo que le pedí, giró el pomo y abrió la puerta. Entró ella primero, yo hice lo mismo y le puse pestillo a la puerta, solo que tiré de su brazo y la pegué a mi pecho con rapidez. Bajé mi boca a la suya, cauteloso, pensando que me apartaría, solo que hizo todo lo contrario. Sus labios se movían con decisión sobre los míos, reclamando mi boca, poseyéndola con su lengua. Sus manos se cerraron alrededor de mis mejillas, manteniéndome firmemente contra su boca.