28. Sebastián.

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Eran las seis de la mañana en Australia cuando el Jet aterrizó, y cuando bajamos del mismo todo parecía ser de otro planeta

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Eran las seis de la mañana en Australia cuando el Jet aterrizó, y cuando bajamos del mismo todo parecía ser de otro planeta. Eso era lo que me gustaba de Australia, casi siempre estaba el sol en su punto más alto y la brisa fresca quitaba cualquier rastro de calor.

Todo era completamente diferente.

Mientras Nueva York estaba repleto de nieve, Sydney tenía el sol más brillante.

—Estoy tan cansada —dice Aiby acercándose a mí, la rodeo con mis brazos cuando apoya su rostro en mi pecho.

—Cuando lleguemos a la casa de tus padres podrás dormir —le aseguro acariciando su espalda.

—Quiero dormir mil años si es posible —murmura abrazándome.

—No eres la única, hermanita —dice Demián cuando termina de dar las órdenes de subir a la camioneta la cantidad innumerable de maletas que le pertenecía a la rubia entre mis brazos—. Pero primero debemos llegar, suban todos.

—Vamos —le dije, con un suspiro audible se dejó guiar por mí hacia la minivan.

Aibyleen no tardó dos segundos en prácticamente acostarse sobre mí, cerrando sus ojos y suspirando de cansancio otra. Le quité el cabello de la cara y besé su frente.

—Es la primera vez que seré presentado como novio oficial —le susurré al oído una vez que el auto estaba en marcha.

Una sonrisa apareció en sus labios llenos y abrió sus ojos color cielo.

—Bueno, pues es la primera vez que le presentaré un novio oficial a mis padres —me dijo cómplice, sonriéndome de esa manera tan tierna suya que me enternecía el corazón.

No sabía en qué momento Aiby se había abierto un espacio tan grande en mi vida, solo han pasado tres semanas desde que le di rienda suelta a esto que siento por ella, y es imposible explicar todo lo que significa para mí.

—Espero estar a la altura —expresé.

No hay nadie mejor que tú —garantizó, volvió a cerrar sus ojos y se apoyó junto a mí.

Sonreí al darme cuenta de otra cualidad que la rubia poseía: al parecer tenía la astucia suficiente como para dejarme sin palabras.

—Hey, Sebastián —se giró Demián desde el asiento del copiloto para poder mirarme—. ¿Me enviaste el correo que te dije?

—¡Ay no! —exclamó su novia, envuelta en un abrigo gigante a pesar de estar a 29 ºC—. Se supone que no vienes a trabajar, Demián.

—Lo siento, nena —se excusó. Aibyleen se apretó a mí y soltó una risita burlona—. ¿Sebastián?

—Sí, ya te lo envíe —fue todo lo que dije.

El transcurso fue silencioso, Demián estaba entretenido hablando con el chófer de sus padres, Anggele miraba su teléfono entre dormida y despierta, y a Aibyleen, el sueño pareció ganarle la batalla. En los últimos días había estado más agotada de lo normal, y sabía que este viaje le haría bien.

En Exclusiva (Saga D.W. 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora