Gremio

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-¡¿Qué estáis haciendo?! -grito a  pleno pulmón. Lo malo, es que por el bullicio que hay en la plaza apenas se me oye. 

Se giran ambos hombres, y el hombre bajito se me acerca poco a poco.

-Mira a quién tenemos aquí, Shon... Oye, chico, ¿qué te parece si te callas un poco?

-¡He dicho que la dejéis en paz!

-Xavier... ¡Xavier! -grita, Celia. El susodicho Shon coge un paño del bolsillo de su desgastada túnica y la amordaza. También ata sus manos a las espaldas. Después, la empuja con tal fuerza que cae al suelo.

De repente, comienzo a notar un leve dolor en el brazo derecho. Lo ignoro, y corro contra el hombre bajito, dirigiendo mi puño a su cara. 

Y cinco segundos después, estoy en el suelo, dolorido. Me levanto, y el dolor de mi brazo derecho se intensifica. Vuelvo a arremeter hacia el hombre bajito, y me vuelve a esperar. Esta vez, salto hacia él, pero me coge de un brazo y me lanza hacia el suelo. 

-De verdad, este chico... -no llego a escuchar el final de la frase, porque el dolor de mi brazo se intensifica tanto que me deja inconsciente.

Abro los ojos, y esta vez me encuentro de pie, y ellos mirándome fijamente, con los ojos desorbitados. Y se vuelve otra vez todo negro. Vuelvo a estar consciente, y me encuentro en el suelo. Me siento, y lo primero que veo es una pared del callejón.

Una pared llena de sangre. Giro poco a poco la cabeza a la izquierda, y veo a Celia, con la mordaza en el cuello, llorando. Ahora, volteo la mirada a la derecha, y encuentro a los dos hombres en el suelo. Muertos. Uno de ellos hasta le falta un brazo. Levanto una mano hacia ellos...

Sólo que mi mano está manchada de sangre. Miro la otra mano, y también están manchadas.

He sido yo.

Miro a Celia, con cara de miedo, y ella asiente, con lágrimas en los ojos. Cojo un cuchillo que hay en el suelo, y me acerco a Celia. Ella, espantada, me mira, pensando que probablemente voy a acabar con su vida.

-No, por favor... No me mates, por favor... ¡No! ¡¡No!! ¡NO!-articula Celia, temblorosa. Unas lágrimas vuelven a aflorar en su rostro. 

Qué va. Corto la cuerda que le sujetan las manos. Ella, perpleja me mira, con un rostro entre asustado y avergonzado. No la culpo, yo de ser ella habría hecho lo mismo. Me doy la vuelta, y voy hacia la plaza. Espera. Si voy, seguramente la gente me mirará raro porque, joder, tengo las manos manchadas de sangre. En una ventana de un callejón encuentro un jarrón pequeño de cerámica, y probablemente esté lleno de agua. Aprovecho los años en los que practiqué escalada, y empiezo a escalar por la pared, ignorando los gritos de Celia. Cojo el jarrón, pongo una de sus asas en mi boca, y sigo subiendo. Es algo incómodo, porque tengo que girar mi cabeza un poco para el agua que, como pensaba, hay en el jarrón. Llego a la azotea, y empiezo a lavarme las manos, con el mínimo de agua, para poder limpiar mi cara. Lo raro, es que mi ropa no está manchada. 

Estoy llorando. He procurado mantener las lágrimas en los párpados, pero llegado a un punto, no he podido aguantar más. Me pongo la capucha, me sujeto las rodillas, y pego mi frente en ellas. No sé lo que ha pasado. Y lo peor de todo, es que no sé porqué estaba ella tan asustada. No sé qué estarán pensando mis padres. No sé qué estarán pensando Austin y Mark. No sé qué estará ella pensando, ahora mismo. No sé qué me está pasando. No sé tantas cosas, que tengo miedo de quedarme más vacío de lo que estoy. No tengo metas, no tengo tantas personas queridas ni tampoco tengo alguien que realmente me quiera. Probablemente, el mundo estaría mejor sin mí...

Pero, ¿por qué?

Me tumbo, y me pongo a mirar el cielo, anaranjado. Sigo así, hasta que anochece completamente. Miro las estrellas. Me gusta pensar que, cada persona en el mundo tiene una estrella. Y algún día, si llego a mi estrella, me sentiré alguien, por fin. ¿Dónde estará mi estrella? Una pregunta que me he hecho tantas veces, y nunca llegaré a saber la respuesta. 

-¿Xavier?

Me levanto lentamente, y encuentro al rostro de Austin, observándome. Le miro fijamente, y digo:

-Lo siento.

Le doy la espalda, y miro hacia la otra azotea. No hay apenas distancia.

-¿Qué...?

Corro, salto la escasa distancia que separa ambos edificios, e intento huir. Voy saltando de azotea en azotea, y me doy cuenta de que casi todos los edificios apenas tienen distancia entre ellos. 

-¡Xavier! -esta vez,  son más voces.

Miro hacia atrás. Son Austin, Mark, y Celia. Sigo corriendo. Llegado un momento, me pierden de vista, y me paro. Bajo a la calle, y el edificio del que acabo de bajar es una taberna. Entro, en busca de información. Por mis conocimientos básicos del rol, supongo que cada clase tendrá un gremio, o algo similar. Así que pregunto por gremios al tabernero, y bonachón, me responde:

-¿Gremios? Sí, claro. 

-Y... ¿hay  uno que rinda culto al Blyth? Es de sirvientes negros, creo...

Al oír el Blyth, su rostro cambia de bonachón a desprecio en menos de un segundo, y me responde, con aspereza:

-Sí. Hay uno dos calles después de aquí. Pero recuerda, si eres uno de esos sucios sirvientes, no vuelvas a esta taberna nunca más.

Dicho esto, salió de la barra, y me empujó a la salida. Seguí las indicaciones del tabernero, y encuentro el gremio. Es un edificio grisáceo, con un puerta de acero negro, la cual tenía una rendija. Golpeo la puerta con fuerza, y aparecen dos ojos azules en la rendija. Se cierra la rendija, y escucho un grito:

-¡Cloake! ¡Ya ha llegado tu aprendiz!

¿Aprendiz? ¿Qué? 

Se abre la puerta, y una chica con el pelo blanco en una parte y negro por otra me sonríe. Tiene los mismos ojos azules que los de la rendija. 

-¿A qué esperas? ¡Entra, que hace frío!

Su ropa es similar a la mía. Tiene una túnica apretada y sin mangas, de color blanco, y unas placas de metal le cubrían el dorso de la mano y la parte inferior del brazo. 

-¡Eh, Xavier! 

Me giro, buscando el origen de la voz que me ha llamado. 

Zeit.

Tales of Kingdoms: ShinigamiWhere stories live. Discover now