40| Un paso atrás

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Tras sonreírle a la madre de Hugo, me giré hacia él, quien observaba el horizonte totalmente absorto, mientras tarareaba la canción que sonaba en la radio.

Vi sus labios moviéndose mientras pronunciaba cada palabra con lentitud, sus ojos (que por cómo le daba el sol se veían más claros) pegados a la carretera, la actitud serena, su pelo (ya más largo) casi cubriéndole los ojos de forma desordenada...y lo contemplé hasta que desvió la mirada para echarme un ojo y me pilló.

En ese momento, el coche paró.

Bajamos. A diferencia de la primera vez que estuve ahí, no estaba volviendo en contra de mi voluntad, sino con un objetivo. Me quedaba poco encerrada, y lo iba a aprovechar.

La madre de Hugo bajó del coche con una sonrisa brillante. Llevaba un conjunto de traje azul cielo, una camisa negra y unos tacones del mismo color. Tras abrazar a su hijo, y susurrarle unas palabras que no entendí, hizo lo mismo conmigo, para luego separarse con una gran sonrisa.

—Hugo, ¿Bajas las maletas? —le pidió a su hijo sin mirarlo. Él la observó extrañado, quizá con advertencia, antes de hacer lo que le estaba ordenando. Se giró a mí sonriente—. ¿Sabes lo único que veo en tus ojos cuando observas a mi hijo?

—No.

—Que lo quieres. Y que él a ti también.

—Nosotros...—Miré a un lado carraspeando y visualicé  a Hugo bajando la última maleta —. Nosotros no...

Quería hablar, para negar aquello, pero no me salían las palabras. Era como si en ese momento Laura hubiese puesto un peso sobre mis hombros que no me sentía preparada para sobrellevar así que, sin nada más que decir, acabé callando a la espera de que su hijo llegara, deseando que lo hiciera lo antes posible.

Agradecí que ante mi silencio siguiese hablando.

—Y que sepas que estás invitada a casa cuando quieras.

—Seguro que tu marido se alegra de verme. —Reí, sarcástica.

—Tú tranquila —me dijo, guiñándome un ojo. Se separó cuando su hijo se acercó a nosotras cargado con nuestro equipaje —. Siento tener que irme tan rápido, pero tengo mucho trabajo. Hela, lo dicho, para lo que quieras y cuando quieras. Hugo, te llamaré cuando se acaben los exámenes para ver cómo te han ido.

Tras una gran sonrisa que iluminó sus ojos, se despidió de nosotros (a Hugo lo llenó de besos) y se montó en el coche. Cuando se alejó, los dos nos giramos para quedar frente a la verja, abierta, y el internado. No había cambiado nada.

Sentí la mano libre de Hugo rodear la mía.

Y algo tan simple como cogernos de la mano, como habíamos estado haciendo esos días, me pareció raro. Quizá porque en ese momento me empecé a fijar en cosas que durante esas dos semanas había pasado por alto. Pero no lo solté. Aún así, seguía siendo reconfortante.

Me dedicó una mirada tranquilizante.

Cuando una sonrisa involuntaria se quiso apoderar de mis labios, la borré.

—¿Preparada?

—No, pero si no entro me meto en líos. —Me encogí de hombros—. ¿Tú lo estás?

—Siempre.

Y entramos. El lugar estaba lleno de coches, alumnos, padres despidiéndose de sus hijos. Atravesamos a la multitud y entramos al edificio de Dirección. Hugo fue el primero en dejar todo lo que estaba prohibido tener. Pero a mi me costó la vida.

Cuando la secretaria me quiso quitar el móvil de las manos, lo estiré de vuelta. Ella no lo soltó, sino que tiró a su dirección. Tiré con más fuerza, mirándola directamente a los ojos. Frunciendo el ceño, insistió con tal ahínco que cuando se hizo con él casi se cayó  de espaldas. Me reí. Carraspeó, se arregló la melena rubia y, tras dedicarme una mirada de desagrado, empezó a meter mis cosas en una bolsa con mi nombre.

HelaWhere stories live. Discover now