12- Pesadillas

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En los cimientos de lo desconocido, en esos momentos especiales, en lo profundo de un sueño eterno e inolvidable, hay una montaña inmensa e inalcanzable, imposible de escalar, una montaña de amargos recuerdos.

La noche es profunda e inalcanzable al igual que intentar nadar contra corriente. El viento sopla con fuerza provocando un sonido audaz, y la luz de la luna es apenas visible con las nubes del gris más hermoso que el simple ojo humano puede apreciar, a pesar de esa belleza inexplicable y de cómo la noche cubre todo a su paso con un manto frío, es cierto que en noches como estás, se hilan los misterios más oscuros, y se llevan a cabo los actos más atroces.

En la posada Luna, los jóvenes descansaban, sus agotados cuerpos, reposaban sobre las camas suaves y las sábanas de seda, las cómodas almohadas de algodón y el acompañamiento de la luna llena que se asomaba en su ventana. El ruido de las gotas de lluvia empezó a resonar por las habitaciones que cubre la lluvia en una noche fría de otoño, si ellos tan solo supieran que fuera de la posada se hacían reales sus mayores pesadillas no habrían abierto los ojos aquella noche.

Asa empezó a quejarse de dolor, Licia no se resistió su corazón se estrujaba al ver el sufrimiento de su compañero pero no sabía que hacer, la culpa la carcomía al saber que para poder ocultarle la verdad al "Señor" no debían dejar huellas, entre aquello no podían permitir que supieran de la habilidad de Asa, Licia se acercó a este y coloco en su frente un paño de agua fría, miraba su rostro pálido entre la oscuridad sostenía su mano dándole apoyo, y rezaba para que su dolor se disipará. Asa volvía a gruñir, y con más fuerza que la vez anterior, está vez Goro se despertó, con la mirada soñolienta y los ojos cansados se dirigió a sus amigos.

- Tenemos que llevarlo al edificio - dijo Goro mirando a su compañero con tristeza.

La mano de Licia tembló levemente. Y su mirada se posó en Goro.

- Vamos - añadió la chica.

Goro estaba a cargo de inspeccionar los pasillos, su completa soledad era abrumadora, incluso el más mínimo ruido era demasiado fuerte ante el severo silencio, entonces Asa volvió a gruñir y a patalear mientras sostenía su cabeza, y la sangre volvía a esparcirse por el suelo, ante el dolor solo podría golpearse a si mismo queriendo acabar con todo de una vez, deseando que todo terminara, que aquel dolor no fuera más que un recuerdo, las voces hacían eco en su cabeza, repentinamente una gran calidez le invadió unos brazos delgados le abrazaban con ternura.

- ¿Qué escuchas Asa? ¿No hay alguna forma de que nos compartas tu dolor? Así sería menos pesado - susurraba Licia mientras lo envolvía entre sus brazos.

Goro aún estaba en la puerta, esperaba que alguien saliera ante el fuerte ruido que Asa acaba de realizar, pero tardó más de lo que imagino, en aquel tiempo quizás hubieran podido escabullirse entre los pasillos, no de hecho era muy poco tiempo. Frente a la habitación Cosme apareció con una lámpara de gas, sus ojos iban dentro de la habitación, y sus labios rosas temblaban ligeramente, tras el apareció Eriko, con los brazos cruzados, ella realmente se veía apenada. Ambos entraron a la habitación.

Cosme intento aliviar el dolor con su capacidad curativa, pero fue ineficaz, los sedantes y analgésicos eran inútiles y nada pudo detener el terrible malestar.

- Está bien Cosme, gracias por ayudar - agradeció Licia con una sonrisa debilitada.

- Lamento no poder hacer nada por Asa - se lamento el muchacho.

Eriko los miro con frialdad. Coloco sus manos frías sobre la frente de Asa mirando sus ojos grises intento concentrarse, ¿qué sensación le causaba aquel lugar? Su habilidad también podría despertarse de golpe y causarle esa agonía

La profecía de los doceWhere stories live. Discover now