Capítulo 7: "Santa Creación del Señor"

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Pasó la noche en la comisaría local.

No entendía nada, menos entendía a Louis.

El sábado fue liberado a las cinco de la mañana; caminó hasta la base militar tomando su maleta y la mochila, desde hace una semana el portero era extremadamente amable con él, agradecía a Louis por ello, a pesar de todo.

Después de varias horas en el tren por fin llegó a Redditch, de la estación recorrió otra hora hasta la casa de su madre.

—¡Harry! -grita su hermana cuando lo ve desde el pórtico. La recibe con los brazos abiertos -te extrañé.

—Yo también, Anna -murmura contra el cabello de la mayor -¿Cómo está mamá?

—Con dolencia.

—¿Ha empeorado? -Anna niega -¿Qué ha dicho el médico?

—La insulina sigue bajando... no es suficiente ni aunque consuma un kilo de azúcar.

Harry traga mientras la maleta resbala por su hombro. Al entrar a la casa encuentra a la dulce mujer en la mecedora mientras teje.

—Mamá...

—Amor -menciona extendiendo su mano. Harry se arrodilló para tomarla y llevarla a su boca dejando múltiples besos -, estás a salvo.

—Claro que lo estoy -murmura mirando los vidriosos ojos de su madre -siempre lo estaré.

Su corazón se rompe al verla, con marcadas ojeras, piel pálida y una delgadez que hace resaltar dolorosamente sus huesos. Esa no es la madre que Harry recordaba.

Después de disfrutar un caldo de lentejas y dedos de pescado en compañía de su hermana, su esposo y su madre todos deciden ir a dormir. Harry toma entre sus dedos el crucifico que siempre cuelga de su cuello mirando la cruz que está arriba de la cama en su vieja habitación.

—Te agradezco por dejarme ver a mi madre -murmura de rodillas con los ojos cerrados -pero aun así te pido que nos des una solución, esa mujer tan dulce no puede morir tan pronto... tan joven.

No podía creer, su madre apenas cumpliría cuarenta y cinco años, no podía morir a esa edad, simplemente... no podía.

Persignándose se pone de pie, para levantar las cobijas tejidas por su madre y dormir.

Rogando a Dios por verla el día de mañana... con vida.

(...)

—¡Amo tenerlos aquí! -afirma la suegra de Louis mientras carga animada a su hijo, conociéndola, tanto él cómo su esposa se desentenderán del niño lo que resta del fin de semana, así de agobiante es su suegra.

Se deleitaron cenando un corte de carne de cerdo en salsa agridulce de ciruela acompañado de espárragos y puré de papa, todos subieron a las respectivas habitaciones, su suegra tomó al niño para llevarlo a la suya.

—Ámame -exige su esposa una vez solos.

De nuevo... todo de nuevo, piensa.

Toma las piernas de la mujer colocándolas sobre sus hombros, Louis no cedió a los besos, esos besos llenos de odio y desilusión, los cuales aunque no quiera reconocer, los repudia.

Después de masturbarse y conseguir una erección la penetra, la mujer jadea y Louis se mueve en ella buscando solo el placer de su amada.

Porque por más que busque no negarlo, por más pretextos de su mente figure... no encuentra placer en la preciosa mujer.

Solo sufre.

Solo tolera el precario sentimiento de placer.

¿Qué está mal con él?, pregunta.

1919 (L.S.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora