1. El Nuevo Mundo

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Diez meses antes de que aquello ocurriera, la guerra que las colonias inglesas habían iniciado contra la civilizaciones del Nuevo Mundo se encontraba en pleno auge

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Diez meses antes de que aquello ocurriera, la guerra que las colonias inglesas habían iniciado contra la civilizaciones del Nuevo Mundo se encontraba en pleno auge. La corona británica había posado sus codiciosos ojos en las tierras vírgenes del nuevo continente y había asentado varias de sus tropas a lo largo de toda la costa para dirigir las explotaciones de minerales, algodón y tabaco, y para proteger a las colonias de los peligrosos ataques de los salvajes.

Con la reciente derrota de los ingleses a manos de los indios en Jamestown, toda ayuda era bien recibida en la colonia, y Sakura Haruno había encontrado en ella la oportunidad perfecta para huir de un— para nada deseado— matrimonio y poner en práctica sus conocimientos sobre enfermería.

Aburrida de los insaciables cortejos de los hombres y de la persistencia de su madre por encontrar pronto a un hombre con el que casarse, Sakura había hecho el equipaje a sus diecisiete años y atravesado el Atlántico para desembarcar en el puerto de Virginia junto con su mejor amiga, Ino Yamanaka, para comenzar una nueva vida que, para su sorpresa, acabaría siendo muy diferente a la que habían imaginado.

Y cuando varios miembros de la tripulación comenzaron a anunciar la llegada a tierra, el corazón de la joven Sakura no pudo evitar henchirse de emoción, palpitando con fuerza contra las paredes de su pecho y dibujando una sonrisa que llegó a sus ojos esmeralda cargados de vitalidad e ilusión.

Impaciente por desembarcar, corrió hacia la borda mientras se habría paso entre los pasajeros que ya se habían aglomerado a ambos lados de la proa para contemplar el destino con el que habían soñado desde hacía tres meses y medio, cuando habían abandonado el muelle de Blackwall, en el río Támesis. 

Y entonces lo vio. 

El Nuevo Mundo. Un continente entero todavía por explorar con un montón de secretos que descubrir. Era precioso. Incluso desde la distancia, se distinguían perfectamente los lindes de la costa que se recortaban con el Atlántico, que bañaba sus playas. Podían apreciarse las naves amarradas a los muelles y el gran fuerte que los primeros colonos habían edificado junto al James, el río que le daba nombre al pequeño asentamiento.

Desembarcaron dos horas después, con sus únicas pertenencias en mano y paseando sus miradas desilusionadas y asombradas a lo largo del triste muelle. Donde recientemente había bullido una gran actividad bajo el sol del medio día, ahora solo quedaban los escombros de una parte de la empalizada que había sido quemada y posteriormente derribada para su reparación. 

Sakura e Ino buscaron sus manos instintivamente en un intento de encontrar consuelo en el tacto de la otra. Aquella vista les recordaba que habían viajado hasta un lugar inhóspito y peligroso, que sería una ardua tarea la suya, y que se encontraban lejos de casa.

— Salvajes.

Sakura desvió la mirada al hombre que acababa de escupir al suelo y lo compadeció en silencio. Él, al igual que ellas y los otros sesenta y cinco pasajeros de la embarcación que los había traído desde el Támesis, estaban destinados a servir a la corona británica. No obstante, Sakura sabía que muchos de ellos se habían visto obligados a ejercer por diversas circunstancias.

Familias faltas de comida y dinero cuyos hombres habían optado por aceptar el tributo que la corona ofrecía a los voluntarios que decidían servir en las colonias. Jóvenes granjeros sin estudios que habían sido reclutados para empuñar un arma por primera vez en su vida contra los indígenas. Hombres tullidos y sin hogar que huían de las sucias calles de Londres...

Eran padres, hijos y hermanos. Y muchos de ellos jamás volverían a sus casas.

Notó la mano de Ino estrechando la suya con fuerza y un atisbo de alivio afloró en su pecho. Aquellos hombres estaban solos y no se conocían hasta que embarcaron en el muelle. Ellas, sin embargo, habían sido amigas desde la infancia. Se tenían la una a la otra. Ese detalle había logrado que aquel horrible viaje de tres meses y medio fuera un poco más ameno. 

— Fue hace dos días— respondió un hombre, sacándola de su ensimismamiento. Vestía el uniforme reglamentario de los soldados de la compañía de Londres —. Atacaron por la noche una hora antes del relevo, cuando nuestros guardias se encontraban más cansados. Descargaron sus flechas de brea más allá de la empalizada y trataron de quemar el cercado. Nosotros fuimos más rápidos.

Lo dijo a la par que golpeaba sutilmente su mosquete contra el suelo, orgulloso del porte que le confería el arma. Un gesto que despertó en la muchacha algo de antipatía.

— Habéis llegado en buen momento— continuó, paseando sus ojos pequeños y oscuros por sus rostros—. Mis camaradas os acompañarán a vuestras habitaciones. Estaréis agotados.

Cuatro hombres vestidos exactamente igual que él los condujeron al interior del fuerte, encabezando la marcha a lo largo del enorme pasillo central de tierra que se encontraba flanqueado por casas de madera y piedra. Las más suntuosas pertenecían a los soldados, a los dueños de las fábricas textiles y a los hombres que dirigían las explotaciones de las minas.

Más adelante, situado en el centro del triángulo que formaba la empalizada del fuerte, había un cuartel donde Sakura supuso que se recogían todos los informes de las explotaciones y se arbitraban las órdenes que llegaban desde Inglaterra. 

Pese a la hospitalaria acogida, Sakura sabía que Jamestown no era el destino final de su viaje y que no debía relajarse. Había más barcos ingleses listos para arribar a puerto, pero para cuando sus pasajeros desembarcaran, ella ya estaría lejos de Jamestown junto a su padre, a ciento cincuenta millas al noroeste de allí para ayudar al ejército inglés a expulsar a los salvajes.

El calor del mediodía le perlaba la frente de sudor como se esperaba de un día soleado de abril, y una sombra reflejada en el suelo la animó a alzar la vista hacia el cielo. Un halcón sobrevolaba el fuerte con curiosidad, batiendo sus alas y recortando su figura sobre el sol. Era la primera vez que veía uno, y poco acostumbrada a la presencia de rapaces, Sakura pensó que era un ave elegante y majestuosa. 

El halcón emitió un agudo canto, como si fuera una respuesta a la sonrisa que se le había formado en los labios a la muchacha, y agitó las alas vigorosamente para continuar su camino. 

Su vuelo surcó los lindes de Jamestown y sus extensas plantaciones, atravesó las praderas y cruzó las montañas, hacia el norte. Él lo esperaba paciente, sentado a la sombra de un árbol viejo desde donde pudiera verlo. Alzó la mano y el ave se posó grácilmente sobre la pieza de cuero curtido que le cubría parte del antebrazo, entonces extrajo de una bolsa un trozo de carne seca y se la ofreció al halcón en compensación por su peligrosa travesía. 

Comprobó con resignación que el animal sujetaba algo entre las garras de una pata y se aventuró a confirmar sus miedos. Se trataba de un pequeño trozo de tela sucio y recio que podría haber pertenecido a cualquier prenda, salvo que él sabía que formaba parte de la vela de un barco.

Se la llevó a la nariz, inspiró profundamente y reconoció el aroma salado y húmedo del mar. Podría haber pertenecido a los barcos que llevaban atracados dos meses en Jamestown, pero las velas habían sido retiradas y usadas como sábanas y vendas tras el primer ataque al fuerte, hacía dos semanas. Y eso solo podía significar que nuevos barcos había arribado a la costa.

Había más barcos transportando demonios para invadir sus tierras y asesinar a su gente. Y eso solo podía decir que se avecinaba una gran guerra.

 Y eso solo podía decir que se avecinaba una gran guerra

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𝐒𝐚𝐥𝐯𝐚𝐣𝐞 [SasuSaku]Where stories live. Discover now