Antifaz

356 33 1
                                    

[24.07.21]

Durante mi crecimiento, me convencí de asimilar una vida nebulosa y distorsionada a causa de mis pesadillas transfiguradas en mi realidad. Por una parte, consideraba que las personas justificaban sus actitudes del cómo se sentían con su entorno, el cómo era para otros tener una vida plena, todo esto justificado de manera mediocre dejando por encima sus deseos placenteros y efímeros.

En alguna etapa de mi vida, justifiqué mi conducta con las mismas erradicaciones, construí una base dudosa sobre mi felicidad y lo que deseaba, más allá de ser un objetivo, asumía una identidad de distinto antifaz con el fin de encajar en mis círculos sociales cercanos. Se convertía en una obligación de practicar las mismas cosas, pensar de manera similar, y sí, esto no queda fuera de lo normal aún en la actualidad. Sin embargo, poco a poco crecía algo diferente en mi pecho que aludía a un mundo ajeno y oscuro, mi conciencia señalaba frente a mí a la realidad en forma de un desafío al que tuve que someterme. Las dificultades que me debilitaban me convencieron que no era malo querer sobrellevar una realidad y pesadez de diferente manera; en un ciclo de saltos y caídas. Asimilé que guardar la verdadera identidad no era cosa de ser un carnaval atrayente o de diversión, sino que es más bien, un antifaz que cubre la mirada perpetúe, la verdadera respiración y las emociones ocultas de las personas.

Aun cuando los antifaces, hacen lucir glamurosamente seductoras a las personas y sus identidades, es una posesión que nos lleva a no controlar y malinterpretar emociones y experiencias recorridas, en realidad, nos presionan para poder encajar y sobrevivir, pero todo esto sin antes preguntar si es lo que queremos y necesitamos.

Todos podemos llevar uno, de diferentes complexiones, colores, aromas, estéticas y texturas, aún por más de esa complejidad, es descubrir que muchos las llevan puestas desde que se generaron tantas inseguridades y malos hábitos. Me acostumbré a la exigencia subjetiva para complacer a las personas de mi alrededor, me acostumbré al sudor frío que me cobijaba cada madrugada mientras pensaba en los pequeños detalles que despertaban mi ansiedad, una característica más que describía a mi sombra por debajo de mi antifaz.

Viví toda mi vida en un mundo diferente, con visiones distintas y sobre el concepto de lo que era vivir plenamente. Más allá de ser un significado metafísico o filosófico, me concentré en aquellas diferencias que me alejaban y me hacían sentir que no encajaba con los demás. Fue ahí, cuando a plena luz del día, descubrí que mis miedos eran reales y no formaban parte de una etapa más de mi vida, la ansiedad social creció junto conmigo desde el vientre de mi madre, si fue por genética o experiencias difíciles, no lo sé. Sólo he podido reconocer que la recuerdo desde el primer día que tuve que enfrentarme al mundo exterior.

Mientras la diversidad clamaba por diversión y juegos cuando tuve que convivir con niños de mi edad, algo opuesto a mi necesidad interna, seguía una pequeña incomodidad dentro de mí y de mi cabeza que susurraba: no eres parte de aquí. Cada vez que lo hacía, un escalofrió inmenso me inundaba y cortaba mis fuerzas de poder gritar por ayuda, era incapaz de controlar el temblor que sacudía cada extremidad de mi cuerpo y me quedaba en una realidad incierta donde no podía tocar los colores lucientes del exterior. Era como una burbuja en penumbra que me impedía ver la realidad, por mucho tiempo viví con ella creyendo que esta era normal, pero cada vez los ataques de miedo a causa de las tenebrosas y ásperas voces que provenían de la ansiedad, me quitaban la motivación de ver el sol salir.

Desde mi infancia, el creer en magia y cuentos de hadas se consumían como el aire, atravesé la intensa oscuridad en un callejón que el resto señalaba como acogedor. Los demás reían tras mis espaldas y siempre creí que era a causa de mi antifaz, mi apariencia. Más tarde, descubrí que era por mi poca capacidad de enfrentarme a mis miedos, cada vez que los demás venían a mí, algo se apoderaba de mi comportamiento que al final se iban para no regresar. Jamás tuve amnesia para poder justificar si había hecho algo mal, al contrario, siempre fui testigo de mis pocas habilidades para responder a cosas tan simples, trataba de hacerlo y me mentalizaba segundos antes para no cometer las mismas situaciones, pero todo se repetía día tras día. La ansiedad me llevo al límite de no querer saber sobre el exterior, ocultarme bajo las sábanas en mitad del carnaval por el que todos cruzaban y se divertían.

Ansiedad Social Where stories live. Discover now