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Alexei

El reloj de mi muñeca marcaba las 03:45, las jodidas cuatro de la madrugada y me encuentro conduciendo por la ciudad en busca de mi maldita hija. Todo estaba desolado, apenas había coches por la carretera. No podía ser de otro modo, era martes, quién demonios salía un martes, y para rematar, en pleno invierno. Hacía un frío horrible, la lluvia pronto se convertiría en nieve y lo cubriría todo. Me pregunto qué hará mi hija entonces, está claro que, cuando eso pase, no iré a buscarla a ninguna parte.

Ni siquiera sabía qué hacía en el coche a estas horas, dirigiéndome a las afueras de la ciudad donde, muy probablemente, intenten robarme el coche. Supongo que todavía quedaba algo de instinto paternal en mi, uno que en cuanto llegué a la dirección que mi hija me dio, desapareció.

Le di dinero para sobrevivir durante cinco años sin dar un palo al agua, pudo haberse comprado el coche que le diese la gana, los bolsos que quisiese, pudo haber viajado con su madre y no volver, con todo ese dinero no tendría por qué verle la cara a su nuevo esposo. Pero no, Lucía, mi hija, prefería estar en una casa diminuta abarrotada de adolescentes vírgenes y repletos de acné, que no valían para nada pero que se creían alguien importante.

Apreté el puente de mi nariz y cerré los ojos durante unos segundos, estaba frente a la casa, llamando la atención de todos aquellos, aún conscientes, que se encontraban repartidos por el pequeño jardín de la entrada. Debía calmarme, ignorar esa furia que bullía en mi pecho y, simplemente, llamar a Lucía para volver a casa. Sin embargo, cuando tomé el teléfono y busqué su número, nadie contestó. Y tampoco lo hizo con las siguientes veinte llamadas.

La tentación de irme se intensificó cuando un adolescente de gafas vomitó frente a mi, estoy seguro que las gotas de ese asqueroso líquido habían alcanzado mi coche. Pensé en estrangularle, el precio de mi coche es algo que ese mocoso jamás podría alcanzar, así se pasase toda la vida trabajando. Aún así, decidí ignorarle y, en contra de todo lo que quería, abandoné la comodidad de mi Jeep y caminé hasta la entrada de la casa.

Varios críos me saludaron sorprendidos, probablemente sabían quién soy, otros, en este caso, chicas, se me acercaron con la intención de bajar mi bragueta. Las aparté con asco, ¿siquiera alcanzaban los dieciséis? En cuanto me colé en el interior de la casa me detuve, todo era un caos. La música estaba exageradamente alta, los jóvenes se abarrotaban en cada esquina, bailando, hablando, bebiendo, casi follando. Este lugar era perfecto para coger una jodida ETS o la mononucleosis.

Estos críos rondarían los dieciséis-diecisiete, así que su estatura diminuta me ayudó a la hora de buscar a mi hija. Desde el lugar en el que estaba tenía una imagen completa del salón, pero no se encontraba allí. La busqué por el diminuto jardín trasero, tampoco. No estaba en la cocina, ni en el baño, tampoco en el sótano. Apreté los puños cuando las escaleras que llevaban al piso de arriba quedaron frente a mis ojos. Allí solo habría habitaciones, quizás dos o tres. Y es exactamente dónde va a estar la puñetera de mi hija.

Avancé por las gastadas escaleras con el enfado emanando de mi cuerpo, cada persona que me encontré se apartó con prisa y no dudó en guardar silencio. Cuando el silencioso y vacío pasillo me rodeó, dejando dos puertas a un lado y una en el otro, me detuve.

No quería ver a mi hija en la cama con nadie, joder, la bilis subía por mi garganta con solo pensarlo. Sin embargo, mañana tenía una reunión demasiado importante y necesitaba dormir. Tener la mente despejada y todos los puntos que vamos a tratar en la cabeza. Si seguía detrás de una cría caprichosa estaba claro que el día de mañana sería una cagada.

Suspiré con fuerza, tomando la manilla de la primera puerta. La hice a un lado con prisa, acojonado por lo que iba a encontrar. Por suerte, no era Lucía. Pero si dos chicos sin ropa mientras se pajeaban juntos. Lo mismo pasó con la segunda, aunque esta vez estaban haciendo un trío mientras unos cuantos miraban la escena. Cuando la tercera y última puerta quedó frente a mi, cerré los ojos.

ALEXEI © Where stories live. Discover now