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Blanca

Me dolía la cabeza, Dios, me dolía tanto que sentía que iba a explotar. Me punzaba completamente, con tanta intensidad que presioné con fuerza mis ojos cerrados. No valió de nada, así que los abrí y enfoqué el techo. La claridad del día lo iluminaba todo, no sabía qué hora era, pero por los rayos de sol que se colaban por la ventana podía deducir que muy tarde.

Giré el rostro a mi derecha, buscando a Lucía, pero no estaba a mi lado. Barrí la pequeña habitación y no había rastro de ella. Me incorporé, aspirando el fuerte olor a tabaco que me causó náuseas. No sabía dónde estaba, pero por las fotos de la mesita de noche, supe que era la casa de mi amiga.

Me incorporé con cansancio, todo el cuerpo me dolía y cada paso que daba se sentía horrible. Anoche bebimos demasiado, y lo peor de todo fue aceptar aquellas pastillas que las chicas del baño aseguraron que eran la bomba. Recuerdo haberlo pasado realmente bien, sin embargo, deberían añadir que al día siguiente te vas a sentir como si cuatro camiones hubiesen pasado por encima de tu cuerpo.

Todavía vestía la ropa de ayer, se sentía pegajosa y sucia. Eso me dio asco, así que me apresuré en salir de la habitación y buscar a Lucía. En realidad cualquiera me valía, solo quería un baño y ropa limpia.

Un pasillo me rodeó, era amplio y el aire se sentía frío, cosa que agradecí. Sin saber qué hacer avancé por las escaleras que bajaban a la primera planta, ahí se supone que está todo, ¿no? Con lentitud seguí el sonido de unas voces, aunque al momento de llegar a ellas me arrepentí.

Alexei Smirnov, hombre más deseado en España y por todo el mundo, me observó con furia en cuanto aparecí en el enorme y lujoso comedor. Junto a él había otro hombre, pero ni siquiera le presté atención. Un recuerdo de la noche anterior golpeó mi cabeza con fuerza; sus labios sobre los míos, sus ojos quemándome, su enfado excitándome.

—Hola bonita, acércate, no te quedes ahí —no supe quién me hablaba hasta que el hombre apareció frente a mi. Sonrió ampliamente antes de tomarme por los hombros y llevarme a la mesa.

La cara de Alexei era un poema, su enfado podría notarse a kilómetros. Eso me resultó divertido, tuve que morderme la mejilla para no reír. Me dejé caer como un saco de patatas en la silla que el desconocido abrió para mi, estaba al lado de Alexei y él nos acompañó segundos después, acomodándose frente a mi.

—Mi nombre es Alejandro —sonrió, era bonito. Su pelo rubio caía por su frente dándole un aire juvenil, aún teniendo probablemente el doble de años que yo. Su sonrisa era amplia y poseía unos dientes perfectos y demasiado blancos. Se notaban los rayos x en su piel, parecía un Ken —. ¿Tú eres...? —alzó las cejas, expectante a mi respuesta.

—Blanca.

—¿Y qué te trae por aquí, Blanca?

—Lucía y yo salimos de fiesta, íbamos a quedarnos en mi casa pero bebimos demasiado —miré a Alexei con lástima, su molestia comenzaba a sentirse demasiado pesada y no sabía qué hacer. Irme sin más sería raro, teniendo en cuenta que no tengo ni idea de dónde estoy. Quedarme es igual de raro, se supone que debería estar con mi amiga, no con su padre.

—¿Qué edad tienes?

—¿Dónde está Lucía? —Pregunté, ignorando a Ken.

—Estudiando —la fría respuesta de Alexei me hizo temblar —, ¿no se supone que deberías estar haciendo lo mismo?

Umm, me estoy tomando un año sabático. Después del instituto no pienso meterme en la universidad. ¿Qué hora es? —Tratando de calmarme dejé de mirarle y me centré en el pan que había en el centro de la mesa. No me pude resistir a tomar un pedazo, estaba delicioso.

ALEXEI © Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon