PARTE 5. FINAL

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CALLIE
DIEZ AÑOS MÁS TARDE

Me aliso las arrugas del vestido nerviosa y sin saber qué hacer con las manos. Hacía años que no estaba tan histérica. Creo que desde que me fui de casa al terminar la carrera a los veintidós. Cinco años después e incluso habiendo hecho esto mil veces, me sigue produciendo el mismo cosquilleo que la primera vez.

Comienza a sonar mi móvil y corro para cogerlo lo más rápido posible. Miro la pantalla y sonrío antes de descolgar.

–Mira quién ha decidido dar señales de vida.

Escucho su sonrisa sin necesidad de verla.

–Hola, Call. Papá, mamá y yo acabamos de bajar del avión. Vamos a ir al hotel a dejar las maletas y nos vemos allí.

–¡Genial! Tengo muchísimas ganas de veros...

–Nosotros a ti también, enana –confiesa–. Por cierto, ¿no se te ocurrió decirme el frío que hace aquí?

–William, estamos en enero. Era obvio que iba a hacer frío. Que tú hayas decidido no mirar la aplicación del tiempo no es culpa mía.

–Odio que tengas razón.

–¡Qué casualidad! A mí me encanta.

Mi hermano ríe antes de despedirse de mí con la excusa de que mamá le ha obligado a llevarle la maleta hasta el Uber.

Voy a la cocina y envuelvo unas cuantas uvas en papel albal antes de meterlas en el bolso. No me da tiempo a comermelas en casa, ya que quiero llegar con algo de tiempo para asegurarme de que todo va perfecto. Cierro la puerta con llave, bajo las escaleras, me abrocho el abrigo y me adentro en las calles de la ciudad que tanto amo y que se convirtió en mi hogar hace poco más de un año.

París.

Tardo quince minutos en llegar a mi destino, y durante el camino no puedo dejar de pensar lo irreal que me parece todo esto.

Voy a exponer mis fotografías en una de las galerías más importantes de Europa. Y es una exposición únicamente para mi trabajo, a la que van a ir muchas personas del mundillo. Quiero gritar de felicidad cada vez que lo recuerdo

Entro al local y saludo a las dueñas, Irene y Sylvia, que han confiado en mi arte desde el primer momento en que pisé la capital francesa y que me han dado muchos más consejos de los que podría contar. Además, me han invitado a hacer esto. Es, sencillamente, un sueño.

Charlo con ellas hasta que un grito inunda la sala, indicando que mi familia ha llegado. Y que les he echado demasiado de menos. Mis padres y mi hermano corren hacia mí seguidos de Peter, Cindy y Mary Richards, esta última en su silla de ruedas. Hoy se nota más que nunca la ausencia de Jeremy Richards, quien murió en un accidente de tráfico del que fueron víctimas tanto él como su mujer. Por suerte ella sobrevivió, y tiene más energía que nunca, ya que sabe la suerte que tiene de seguir aquí. Como siempre, me da uno de sus enormes abrazos de oso.

–Estoy muy orgullosa de ti, mi pequeña. Te mereces esto más que nadie.

La galería comienza a llenarse poco después, dando paso a más de cien personas. Estoy tan impresionada que me obligo a formular palabra cuando comienzan a acercarse a mí para hacerme diferentes preguntas sobre mis cuadros.

En un momento dado, comienzo a sentirme observada. Aún más, quiero decir.

Recorro la mirada por la sala hasta que mis ojos se cruzan con esos iris que siempre me recordaron al color del mar. Se me corta la respiración y veo la cantidad desbordante de emociones que atraviesan por su expresión.

Andrew Richards.

No se acerca, no emite sonido ni hace ningún movimiento.

Sólo sonríe y asiente. Yo devuelvo ambos gestos.

Y con eso, sé que todo está bien. Comprendo todo lo que no puede decirme con palabras y me siento más segura que antes.

Con eso, comprendo que ese nosotros acabó entre cenizas, aunque las llamas siempre harán que estemos ahí el uno para el otro.

Comprendo que ambos somos libres y felices, y que como alguien muy sabio me dijo una vez...

Todo pasa y todo ocurre por algo.

Respiro y miro de nuevo a la persona que está interesada en la fotografía de la playa.

Qué irónica y preciosa es la vida.

Qué alegría poder vivirla.

SaudadeUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum