Confesiones

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No podía dejar de mirar mi reflejo en aquel espejo mientras sentado sobre el asiento de cuero un vehículo humano el muchacho de cabello negro y ojos azules no dejaba de hablar en ningún momento. El conductor había aumentado el volumen de la música ya que la constante cháchara del humano hasta aburría a los de su propia especie ¿Cómo alguien podía tener tantos temas de conversación unilateral?

―Esa es mi casa, bueno la de mi primo ― me enseñó la gran casa con un jardín perfectamente conservado, siempre me habían sorprendido las construcciones humanas y esta no era la excepción.

Bajé del auto sintiendo el asfalto bajo mis pies desnudos, hacia frio, la brisa soplaba fuerte y me daba una bofetada en la cara que me hacía sentir escalofríos; el cielo estaba gris y el olor a humedad se sentía por el ambiente por la lluvia de la noche anterior. Si bien el muchacho parecía estar acostumbrado a aquella temperatura, mi cuerpo se congelaba, sin siquiera darme cuenta había comenzado a temblar.

Demian pareció notarlo y observándome con un rostro compasivo, que, aunque no tenía muchos años humanos mostraba una sabiduría infinita gracias al valor de su alma se quitó la bufanda y como si me pidiera permiso la ató a mi cuello con un altruismo puro.

―No la quiero ― lo miré con desdén, no quería la amabilidad de un humano, me sentía humillado por aquella acción sin malicia.

―Pero tienes frío ― volvió a sonreír con pureza y terminó de atar aquella bufanda a mi cuello.

Estaba tibia, la lana se sentía mullida sobre mi cuello y mis mejillas, el suave aroma enseguida me embriagó, posiblemente era el aroma de Demian, cosa que enseguida me hizo sentir algo extraño, me hizo mirar fijamente al humano que caminaba un par de pasos antes que yo en el jardín. Aunque no quise aceptar aquella prenda en un comienzo, ya no quería quitármela, se sentía cálida, olía bien, me gustaba como se sentía la calidez cuando hacía frío.

―Ven entra ― sonrió mientras me sujetaba de la mano para hacerme caminar más rápido.

Me sentía avergonzado por lo bien que se sentía la calidez de sus manos sobre mi piel fría.

Los ladridos de un can me despertaron de aquella minúscula ensoñación. Cuando Demian abrió la puerta enseñándome al animal que nos observaba a ambos con cautela, a diferencia de lo que pensaba con calma el perro se me acercó olisqueándome y enseñándome los dientes mientras observaba a su dueño con pereza y se adentraba a alguna habitación de aquella casa.

Dentro no hacía frío, estaba cálido y agradable, olía a flores artificiales y el silencio sepulcral del lugar te hacía pensar enseguida en la soledad absoluta, me costaba entender la estética humana siempre acostumbrado a las habitaciones blancas y minimalistas, pero la decoración del lugar era armónica y tradicional, mostrando en algunos rincones elementos tradicionales de muchos lugares de este mundo; junto a la majestuosa escalera se podía ver un piano negro.

Demian se quitó la chaqueta y luego comenzó a caminar y subir por las escaleras que posiblemente llevaban a alguna habitación.

―¿Vas a subir? Creo que la ropa de Brad te queda bien, eres como de su tamaño, a propósito ¿Cuántos años tienes?

―¿Cuantos años parezco tener? ― le pregunté mientras lo seguía por las escaleras.

―Yo diría que unos veinte, aunque también podrías tener dieciocho o incluso diecisiete, no puedo adivinarlo...

―Tengo diecinueve ― el diecinueve estaba entre el veinte y el dieciocho, no entendía de edades humanas, pero suponía que decir aquello estaba bien.

Recuperando mis alasWhere stories live. Discover now