Epílogo: Lo que quedó

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—He podido salir más, mis padres ahora siempre me ven dormir y eso me pone un poco nerviosa, pero aun así me hace pensar que se preocupan por mí, que existe alguien ahí. Me di cuenta que soy buena con los dibujos, mi amigo me está apoyando de que estudie artes o diseño, la verdad no me siento tan desesperanzada como antes, es como si de un momento a otro todo en mi hubiera cambiado, incluso ya he dejado de lastimarme y quiero intentar dejar la medicación de a poco o bajar las dosis — decía la chica de negro cabello sonándose de vez en cuando al relatarle como se sentía a la terapeuta.

—Muy bien Melisa, todos démosle un aplauso por su valentía — dijo alegre la terapeuta sonriendo y anotando todo en su libreta mientras el grupo aplaudía, algunos sonriendo y otros llorando al igual que la chica, algunos como yo solo mirábamos nuestros pies. — ¿Demian? Algo que quieras compartir hoy — me preguntó sonriente la de ojos pardos.

Negué con la cabeza comenzando a arrancar los pellejitos de mis dedos hasta que estos comenzaran a sangrar por la ansiedad. Hace unos meses me habían dado de alta del hospital psiquiátrico, tenía estas terapias en grupo por consentimiento de mi tía tres veces a la semana, cita con el psicólogo dos veces a la semana y con el psiquiatra una. Desde todo ese tiempo no había logrado decir ni una palabra, tampoco quería hablar, no tenía razones para hacerlo. Ni siquiera estaba seguro si tenía razones para seguir viviendo, pero de alguna manera el escuchar como estos chicos que pasaban por situaciones que les afectaban salían adelante me daba esperanzas, no muchas, pero aun así seguía viniendo.

Como en todas las sesiones al terminar todos iban por café y bocadillos y como siempre yo me quedaba sentado, esperando a que mi tía llegara por mí y como si fuera un muñeco me guiara al auto.

— ¿Demian cómo te fue hoy? — me preguntó la mujer rubia de hermosos ojos azules mientras me observaba con dulzura por el espejo retrovisor — ¿Bien? — Se respondió a sí misma para no crear más silencio — Tu terapeuta está muy contenta con tu avance dijo que ya estas mostrando más de ti, que solo debemos darte tiempo.

Al no ver ninguna respuesta de mi persona dejo de hablar observando como el semáforo se ponía en rojo volviendo a generar aquel incomodo silencio. No entendía porque esa mujer se preocupaba tanto por mí y no así por su propio hijo, ni siquiera teníamos lazos sanguíneos, ella no era más que mi tía política.

—Brad me dijo que le gustaría ir a ver una sinfonía, a él le gustaba mucho tocar el chelo y tu realmente tenías futuro con el piano ¿Quieres acompañarnos? — negué levantando mi manga y observando el tatuaje de un corazón en mi antebrazo, no recordaba porque estaba ahí y cada vez que intentaba no veía más que un manchón negro ocupando el lugar de aquellos recuerdos, como si hubieran sido arrancados a la fuerza de mi mente, mi corazón dolía por eso, dolía porque sabía que había olvidado algo importante y posiblemente seguiría doliendo porque nunca lo recordaría.

La señora Evans estacionó el carro fuera de una franquicia de donas para comprar, mientras yo me quedaba observando el nublado día de invierno en el que nos encontrábamos, el invierno me recordaba a casa, donde siempre llovía, donde siempre hacia frio, aún así me sentía feliz en aquel lugar y de no haber salido de ahí seguiría estando feliz.

Pero a la vez de no haber salido de ahí no habría conocido a Logan y aunque ya no estaba conmigo seguía amándolo, seguía amándolo tanto que cada que pensaba en él quería llorar, quería terminar con mi vida para acompañarlo en el lugar donde esté.

La esbelta mujer en tacones negros entró al auto con 2 cajas grandes de donas sonriéndome con lastima como siempre lo hacía. Esta con elegancia se sentaba, sacaba una rosquilla y hacia andar el auto.

Recuperando mis alasWhere stories live. Discover now