Capítulo 9

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Toda la tarde me pasé trabajando, tratando de resolver los problemas con algunos inadaptados, pero lo que más me intriga es saber cómo destruir a los Cunningahm, sin embargo, esta vez se perfectamente que fue lo que me distrajo, cometiendo de ese ...

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Toda la tarde me pasé trabajando, tratando de resolver los problemas con algunos inadaptados, pero lo que más me intriga es saber cómo destruir a los Cunningahm, sin embargo, esta vez se perfectamente que fue lo que me distrajo, cometiendo de ese modo un error imperdonable. Me deje embaucar por un hada con mirada penetrante, desafiante, decidida y única. Entendería perfectamente el porqué de la obsesión de Ferrer con esa mujer.

¿La llamé hada? Esto es estúpido, ni siquiera la conozco, y aunque lo hiciera personalmente, parece tan simple; su forma de vestir llamaría la atención de todos a mi lado. Sería vergonzoso.

Almuerzo en silencio, sin ninguna alma rondando cerca mío, hasta que el molestoso de mi tío aparece no muy alegre como suele estarlo. El rostro pétreo que mantiene mientras se acerca denota una situación seria.

—¿El ataque no salió como esperábamos? —interrogo una vez se posiciona a un lado de la mesa.

—El oficial al mando perdió la vida en el suceso, y varios oficiales de Ambái están en la celda —informa.

—Liquídalos —ordeno mientras ingiero mi comida.

—No quisieras primero interrogarlos, quizás obtengas información —sugiere.

—Sólo perdería mi tiempo.

—Como si estuvieses haciendo algo en estos momentos —expone.

—No te mando a la horca porque mi madre me mandaría a mí —informo, a lo que él solo sonríe.

Me pongo de pie y me dirijo fuera de la habitación, con Roberts pisando mis talones. Monto a mi caballo mientras mis hombres acomodan mi capa en su lugar.

—No entiendo porque usas una manta tan pesada en la espalda —habla mi tío, mientras se posiciona en su caballo, que de corcel no tiene nada.

—Porque me hace ver imponente. Todo Rey lleva capa —respondo, mientras empezamos a movernos, a pasos tranquilos con dirección al lugar donde se encuentran los detenidos.

—Dentro de poco estarás jorobado y no por el peso de tus responsabilidades —manifiesta, mientras ríe, y sin evitarlo, también lo hago.

Una vez nos adentramos a las inmediaciones del lugar, nuestros soldados se reverencian ante mi presencia. Me facilitan una lista con los nombres de los retenidos por orden alfabéticos.

Tomo asiento, y empiezo a leerlos, mientras uno a uno se acercan. Si no tienen información son asesinados, si los tienen, también. Están equivocados si creen que los mantendré con vida después de querer atacar mi pueblo. Disfruto viéndolos morir. Pero toda alegría se desvanece, o, mejor dicho, mi curiosidad despierta al instante al leer un nombre y apellido en esta lista.

—Gregor Rochet —llamo, si es quien creo que es, tendré información de esa mujer, pero luego deberá ir a descansar con los demás, porque ningún soldado enemigo quedará con vida.

La Elegida del Rey Donde viven las historias. Descúbrelo ahora