Capítulo 20

638 40 2
                                    

DAHIA ROCHET

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

DAHIA ROCHET.

El temor calaba mi cuerpo y el frío se apoderaba de mis huesos. Con mucha paciencia y con lo poco que tenía, logré quitar la flecha de su cuerpo y curar la herida, sin embargo, eso no es suficiente antes de que comience a tener fiebre. Henry es peor que un niño, es tan quisquilloso que he pensado en dejarlo morir aquí en la cueva, pero ¿a quiñen engaño? No soy capaz de hacer semejante atrocidad. Cuando le saqué la prenda y tuve acceso a su piel, mi boca se secó; es tan duro que ciertas chispas de fuego ardían en mi interior, envidié su piel tan tersa como porcelana mientras que la mía se encontraba magullada por los golpes. Golpes que ahora con la tela húmeda de mi ropa ablandan la herida y cierta comezón hacía su acto allí, pero puedo aguantarlo hasta protegerlo a él esperando que no se infecten hasta que estemos seguros. Dos moribundos no es bueno en estos momentos.

Estábamos en este lugar hace aproximadamente dos horas, la noche ya cayó y la fiebre comenzaba a hacerme efecto a mí y al parecer a él también, por lo me apresuro a llegar hasta su cuerpo, palpar su rostro con las manos y confirmar mis sospechas, está ardiendo y no como me gustaría.

Me sorprende sus defensas bajas, yo recibí azotes dejando mi piel expuesta y aún tengo fuerzas para seguir, a él solo le atravesó una flecha y ya va a morir. ¿Qué clase de reyes crían hoy en día? Si la vida de su reina dependiera de él, ya estarían muertos y hace llamarse fuerte y poderoso. Río entre mis adentros por mi conversación.

—Henry, debemos seguir. La tormenta ha cesado un poco, debemos aprovechar la noche.

El hombre apenas y podía abrir sus ojos y sus dientes tiritando de frío me alertaba que su salud está peor que la mía. Lo obligué a ponerse de pie para poder montar al caballo, sin embargo, parece un caso imposible.

—Eres molesta —susurra.

—Necesito que me ayudes, te lo suplico.

—Eres hermosa —musita y su mano acaricia mi rostro. Podría sucumbir ante su insinuación, pero ahora debía salvar su culo de otra flecha.

Le doy un golpe en la mano y le señalo el caballo y éste obedece y milagrosamente logra subir.

—Bien, bien —susurro mientras me preparo para tambien subir.

—Me gusta la arruga de tu entrecejo —confiesa.

Lo observo y tiene una sonrisa ladeada, pero los ojos están cerrados. Definitivamente el hombre se encuentra delirando y cuando creo que la noche no puede ser peor, se desmaya. De milagro no cayó a un costado y si lo hubiera hecho lo dejaría tirado porque soy una cosa chiquita a su lado y la de Lucifer. Con mucho trabajo logro colocarlo de manera vertical y amarrarlo a la vez para evitar que caiga. Hago una mueca de dolor por el ardor en mi espalda que cada vez se hace más intenso, pero no hay tiempo de curaciones ni quejas.

Salimos de la cueva oscura para adentrarnos a otra más oscura, no había luz de luna que se filtrase por los árboles para darme al menos visibilidad, pero debía sacarnos de aquí; sé con certeza que apenas amanezca los hombres de Ferrer nos buscarán por lo que con pasos torpes me las ingenié para no caer en ninguna trampa de la naturaleza.

La Elegida del Rey Donde viven las historias. Descúbrelo ahora