Capítulo 19

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HENRY DE GRENEFELD PAISALLS

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HENRY DE GRENEFELD PAISALLS.

Cabalgar por dos horas hasta un reino que de cierta forma aborrezco; era algo extremadamente halagador viniendo de una persona como yo. Debía replantearme la pregunta de si quería realmente esto para estar con esa pueblerina.

De esa guerra interna han pasado exactamente cinco días, y, en esta ocasión, decidí viajar en mi propio caballo en compañía de mi tío Roberts y Francis. Conservo la esperanza de que esta vez poder verla, aunque sea desde la distancia, pues no se ha asomado ni por accidente en los salones.

No entendía que sucedió, pero guardaba la esperanza de que no sea su padre el que partió al otro mundo e información no obtenía de nadie, ya que se han vuelto bastantes reservados, especialmente si se trata de ella.

Me encuentro sentado con Roberts y Francis en el comedor, lugar donde nos acompañan varias damas y caballeros, entre ellos el Rey Cunningham y su esposa, la Reina y su tonto hijo, Ferrer en compañía de la princesa.

—¿Y qué piensas de los futuros reyes, alteza? —pregunta una señora de edad avanzada, marquesa de Thide, aliado del Reino Ambái. Sonrío.

—Tengo esperanzas con la princesa, más no con él.

—¡Oh! —una perfecta o se forma en su boca—. ¿Estás diciendo que no crees que el príncipe sea capaz de dirigir un reino?

—Exactamente —hago un golpeteo con los dedos en la mandíbula, simulando pensar—. Creo que es un inútil.

—¿Perdón? —inquiere el susodicho, indignado—. ¿Me has llamado inútil?

—Has oído bien, se me conoce por ser honesto.

—¿Crees que soy estúpido?

—No creo que seas estúpido, simplemente no tienes suerte cuando piensas.

Se pone de pie de manera violenta, haciendo que la silla rechine detrás de él.

—No permitiré que me faltes el respeto en mi propia casa.

—Siéntate —ordena la Reina.

Sonrío con aire de superioridad.

—Definitivamente eres un inservible.

—¿Qué?

—Sordo e inservible.

Cuando creí que iba a refutar, el sonido de un disparo hace desviar su atención hacia la salida, y sin perder tiempo sale corriendo del comedor, dejándonos en especial a mí con una sensación amarga en la mesa siendo el mi único blanco para burlas.

La intriga de saber que sucedió aumenta y la preocupación se asoma en mi ser al pensar que paso algo con esa mujer que se ha colado en mi cabeza.

—Ya hemos hablado, quieres paz; sin embargo, no piensas retirar tus tropas de las fronteras —vuelvo a centrarme en la conversación con la Reina.

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