Capítulo 3

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Bajé las escaleras corriendo mientras me ponía la camisa y tomaba mi escopeta para echármela al hombro haciendo que cada uno de mis pasos retumbaran por los oscuros pasillos.

Salí de la casa tentado a tomar una de las lámparas para iluminar por donde andaba, pero era mejor para seguirla sin tener ningún tipo de luz que me hiciese visible. Trastabillé un par de veces ya que todo estaba en penumbras, aunque la luna llena iluminaba mi camino no me ayudaba mucho a vislumbrar los traicioneros arbustos del jardín. Me recompuse después de casi caer teniendo en mente mandar a arrancarlos todos en cuanto regresara.

Empecé a maldecir todo el camino hacia los árboles ya que las piedrecillas se me clavaban en la planta de los pies, los cuales usaban descalzos gracias a esa ladrona.

Aceleré mi paso haciendo caso omiso al dolor punzante que recibía cada vez que pisaba una de ellas. Tenía toda la intención de alcanzarla y que Dios la protegiese de mi furia porque en cuanto la tuviera entre mis manos la cruzaría sobre mis rodillas y le daría una buena zurra.

Nunca me consideré un hombre de bajas pasiones y mi temperamento a pesar de ser llamado "horrible", siempre se mantenía bajo control. Sin embargo, ésta chiquilla logró descontrolarme en pocos minutos.

Sacudí mi cabeza recordando el nudo que se atenazó en mi garganta al pensar que podía tener algún tipo de desviación. No era desconocido los devaneos entre hombres, estos habían sido conocidos desde la antigüedad e incluso plasmados en obras de grandes literatos griegos, pero el sólo pensar que yo podría encontrarme entre ellos hizo que la bilis subiera a mi garganta y tuviese que tragar en seco.

Aunque, en todos mis años no tuve ningún tipo de inclinación hacia mis compañeros y las féminas con las que me cruzaba no eran para mí nada más que avariciosos objetos decorativos, ni en mis más locos sueños pensé que había algo malo conmigo. Mi respuesta era simple y sencilla: "No había encontrado a nadie que me interesara lo suficiente como para darle una segunda mirada."

Hasta ahora...

Sentí la rabia volver a crecer en mi interior, pero esta vez fue al recordar lo hermosos y atrayentes que me parecieron sus pechos; el deseo creció en mi interior haciéndome sentir ligero de cabeza.

Por todos los cielos, yo era un hombre de ciencia y sabía perfectamente que la ciencia explicaba todos los procesos vitales de una manera física-química. El deseo no era más que algún tipo de reacción natural para asegurar la reproducción de la especie o algo así.

Maldije en voz alta cuando volví a clavarme una piedra en la planta del pie, debería regresar a Cambridge a estudiar algo y tal vez eso me mantendría lejos de la ociosidad, pero debería reconocer que nunca en todo el tiempo que pasé en Peterhouse me sentí tan emocionado como ahora.

Tal vez se debía que siempre me había gustado la cacería y ahora estaba cazando a la presa que más me había interesado y no pensaba regresar a casa hasta que ella regresara conmigo.

Pero, ¿qué pasaría si ella no estaba sola?

Se veía bastante joven para tener marido pero no me sorprendería, ya que la ladronzuela había resultado ser un bocado por el que cualquiera mataría. No tenía idea de qué era lo que me impulsaba a encontrarla y descubrir sus secretos, pero de lo que si estaba seguro era que no descansaría hasta saberlos.

La noche comenzó a darle paso al día y yo seguía sin encontrar nada por lo cual guiarme. Mis pies parecían estar en carne viva y el hambre retorcía mis tripas haciendo que mi humor se fué volviendo cada vez más negro.

Estuve a punto de empezar a maldecir, pero me detuve en seco cuando, hacia el oeste, una sombra de forma extraña llamó mi atención. Debí de haber caminado unas buenas seis horas y el ver una cabaña desvencijada en medio de mi propiedad que debería haber sido demolida hace años no ayudaba mi estado de ánimo.

Flor Salvaje Where stories live. Discover now