Capítulo 19

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Debía reconocer que la pasada noche había sido la mejor de toda mi vida y que los aspectos carnales de la vida de casado eran mucho mejor de lo que esperaba. Nada de lo que e vivido y conocido me preparó para la tormenta de emociones que me recorrieron durante las horas que pasé reclamando el cuerpo de mi esposa.

Los rayos del sol se filtraban por las ventanas de la posada haciendo que los puntos de polvo parecieran danzar flotando sobre la cama.

Mi esposa yacía acostada sobre mi hombro, sus labios rojos e hinchados tenían una pequeña sonrisa, su blanca piel sonrojada, sus largas pestañas caían en arcos de ébano sobre sus mejillas. Era tan hermosa que me costaba sentirme merecedor de tal premio, pero yo la había visto primero y reclamado antes que cualquiera osara en atentar apartarla de mi lado.

Recorrí el contorno de su cuerpo con la punta de mis dedos viendo como cambiaba del color blanco al rojo ante mi toque. Sus pestañas se movieron abanicando sus mejillas mostrándome sus bellos y profundos ojos azules como el océano.

Una sonrisa algo avergonzada se plantó en mi rostro al ser descubierto observándola como un crío con su primer apasionamiento. Sin embargo, mis manos se volvieron más osadas en su recorrido a medida que el deseo encendía mi sangre.

-¿Por qué me estás mirando de esa forma mi lord?.—el brillo de sus ojos esta mañana era particularmente hermoso, convirtiendo sus orbes azul profundo casi en un tono turquesa.

-Eres tan hermosa que deberías ser una obra de arte inmortalizada para toda la eternidad.—Mis manos sopesaron acariciando sus pechos.

-¿Y tú eres artista también esposo mío?.—su voz salió entrecortada cuando mi lengua fué al encuentro de su pezón.

-No, pero por capturar tu belleza podría convertirme en un escultor duquesa mía.—murmuré separando sus piernas y perdiéndome dentro de su cálido ser.

Volvimos a despertarnos cuando el sol entraba a raudales por la ventana, indicando la avanzada hora de la mañana. El cuerpo desnudo de mi esposa estaba cubierto por las sábanas y sus piernas estaban entrelazadas con las mías, pero no fué ella quien me despertó si no el frío metal que tenía en mi cuello junto con un olor putrefacto que ofendía mi nariz.

-Muévase con cuidado Donovan, no queremos despertar a la muchacha y que arme un escándalo. Eso podría ser muy malo para su merced.

Moví mi mano con cuidado hasta tener colocada la pistola justo sobre el pecho del malviviente que estaba inclinado sobre mí con su cuchillo en mi cuello. Podía paladear el sabor de la ira que me recorría en estos momentos cuando presioné el cañón de mi arma contra las costillas del infeliz.

-Sugiero que seas tú quien se mueva con cuidado cuando alejes ese cuchillo de mi rostro.

-Basta André, no quiero que lo mates sin que repare su fechoría.—gruñó mi suegro desde la entrada de la habitación clavando sus furiosos ojos en mí.

El tal André alejó su cuchillo de mi cuello y se acercó a mi suegro pero yo no dejé de apuntarle con mi pistola.

-¿A qué debo la intromisión en mi lecho nupcial? Supongo que debemos estar esperando a mi madre para completar esta acogedora velada.

Mi voz salió en un gruñido. Mi mirada se desvió de nuestros acompañantes unos segundos para asegurarme que mi esposa estuviese bien cubierta y que siguiese dormida aunque la experiencia me decía que no despertaba de su sueño aunque sonase un cañonazo en la misma habitación. Lo que menos quería era que se despertara asustada para encontrarse con su padre y la escoria que lo acompañaba.

-La duquesa de Callen lo obligará a...—empezó a decir mi rubicundo suegro pero lo corté.

-La duquesa de Callen está dormida a mi lado por lo que sugiero que ambos se retiren antes de que mi esposa se despierte o yo pierda la paciencia haciéndome olvidar que usted lord Dagger, es mi suegro. —escupí lo último como si me quemase la lengua reconocer nuestro parentesco.

Flor Salvaje Donde viven las historias. Descúbrelo ahora