Capítulo 43.

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43 | La casa en el bosque.

Nunca llegué a saber cuánto tiempo pasé dormido, tampoco cuánto pasé con los ojos vendados. Sabía que estaba tirado en el suelo porque el frio de la superficie me hacía temblar. El olor del cloro se me metía por la nariz y me dolía la cabeza. Cada segundo era una eternidad, lo único que quería era llorar y lo hice. ¿Por qué seguía siendo tan difícil vivir? Cada vez, llegaba un reto más a mí, y me sentía débil. ¿Podría aguantar hasta el final?

¿Realmente me merecía todo aquello? Tal vez esa era mi paga por todas las cosas que había hecho: el robo al dinero a Samuel, quemar la casa de mis padres, dar de baja las materias de la universidad de Bayron, entregar a Bayron, no ayudar a Sana y no darle mi verdadera versión a Franco. Merecía más que solo eso. Pero no lo quería. ¿Por qué no pensé en las consecuencias?

Había confiado en mi madre. ¿Cómo había sido tan ciego? Ella tenía un gran afán por encontrarme, mirarme y estar cerca de mí; yo había dejado que sucediera. ¿Por qué creí que ella había cambiado? Me había aferrado con uñas y dientes a la idea de volver a tener una madre que me cegué por las ganas de sentir un poco del cariño que siempre me negó.

Me incorporé de golpe cuando escuché el sonido rechinante de una puerta al abrirse. Mis sentidos estaban atentos, pero con las manos y pies amarrados poco podría hacer si me atacaban. Unas manos me retiraron la venda de los ojos. La luz artificial me cegó por completo, pero sabía que frente a mi estaba María, la persona que me hizo creer que había cambiado. Esa persona que yo llamé "mamá".

—Buenos días, querido Miguel. —Sentí que mi estómago se removía. Soltó una carcajada—. ¿Cómo dormiste, hijo mío? ¿Estás feliz?

Yo tenía las manos apretadas por una cuerda gruesa y los pies igual, de otro modo, habría intentado estrangularla. No era fácil para mí creer que otra persona me había engañado, sin embargo, no debía ser débil como antes fui. Le escupí en la cara.

—Maldito, hijo de...

Se limpió mi escupitajo y, acto seguido, me dio una patada en el estómago que me dejó sin aire. Mis ojos se llenaron de lágrimas.

—¿Tanto me odias? —le pregunté cuando recuperé un poco de aliento. La miré con desprecio.

Ni siquiera se inmutó. Me miraba desde arriba con una sonrisa de superioridad. Me sentí miserable. Habría deseado que ella nunca hubiera aparecido en mi vida. Quería que se muriera. La odiaba más que a nada en el mundo.

—¿Odio? Es mucho más que eso. —Cada palabra que escupía era como si fuera un arma de filo que intentaba cortar mi alma y hacerla pedacitos—. Me arruinaste la vida. Eso nunca te lo voy a perdonar.

—¿Yo fui quién te arruinó la vida? —Ella fue quien me echó de casa cuando yo había necesitado su ayuda—. Entonces piensas desquitarte ahora.

—No has oído, Miguel, ojo por ojo, diente por diente. —Se puso a mi altura y me agarró de las mejillas para que pudiera ver bien la ira en sus ojos. Ojalá que ella hubiera visto la mía porque estaba a punto de incendiar todo—. Lo único que quiero es ver cómo mueres y quiero ser yo quien te quite del camino. Así como quité del camino a tu padre.

—¿Qué le hiciste? —pregunté con un susurro. Ella no hizo más que sonreír y apartarse el cabello de la cara. Tenía esa cara de ángel, pero en sus ojos se podía ver al mismísimo infierno—. ¿Lo... mataste?

—Se lo merecía. —Se encogió de hombros—. Tú lo dijiste muy bien, Miguel: no mereces a alguien que no da todo se sí. Yo no iba a aguantar más que me maltratara. Todo fue tu culpa. Cuando huiste, sabían que yo había sido tu cómplice, ¿crees que él me lo perdonó? Recibí los mismos o peores golpes de lo que él te dio. Pero, tú nunca experimentarás lo que es ese dolor todos los días.

SNOWY Ⓓ [COMPLETA]Where stories live. Discover now