Capítulo 3.

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3 | El discurso y el funeral.

En la cena anterior, me avisaron que el funeral sería al día siguiente. Y con mucho gusto acepté a ir. Era lo menos que podía hacer ahora que mi amiga había... partido. De golpe me llegó la revelación de que ya habían pasado cuatro días desde que la noticia había llegado a mí. Qué efímero que es el tiempo. Ojalá lo fuerna en mis noches de desvelo.

—Nos gustaría que estuvieras aquí, de seguro ella así lo querría. —Hablar de ella en pasado no resultaba muy fácil para su madre, para ninguno de nosotros, al pronunciar la última palabra casi se desborda—. ¿Vas a venir?

—Claro.

—No sé si podrías preparar unas palabras para ella.

—Por supuesto.

Así que ahí iba, rumbo al funeral de mi querida amiga.

No fue que el hecho de estar con ellos me hiciera más fuerte, ni que me arreglara verla en un ataúd, tampoco fue el hecho de que tuviera la oportunidad para despedirme (¿Quién quieres despedirse de quien ama?) Fue porque no quería quedar mal con los padres de Sana. Tengo que ser sincero y aclarar que yo no quería ir al entierro; me hacía más débil la situación, el solo hecho de pensar en su imagen en un ataúd me destrozaba la conciencia y no quería despedirme. Sin embargo, acepté.

Me tomó media hora llegar hasta la casa de los padres de Sana. Todo el mundo iba de negro. Que bueno que mi guardarropas solo tenía ese color. Me mantuve en una esquina mientras miraba el ataúd. A su lado una foto de una sonriente Sana.

No había gente conocida ahí. Así que, cuando me paré para dar las palabras, no me sentí nervioso. Solo me imaginé que estaba solo en casa.

—"En esta vida tal vez no tenga nada, de esta vida tal vez me lleve nada, pero algo que nunca olvidaré será el amor, mi familia y la mala suerte con la que he sobrevivido. Nunca fui muy bonita, nunca seré más bonita de lo que yo misma quiera. Tengo un corazón testarudo, pero sin él no tendría nada. Tal vez no tengo nada, pero el amor me hace tenerlo todo". —Tomé un respiro—. Eso era justamente lo que ella pensaba, la vi escribir un montón de poemas dónde ella hablaba de su valor. Ella sabía que la amábamos, a pesar de que no se lo decíamos tan seguido. Y sé que daríamos todo para poder decírselo una vez más. Pero yo ya no podemos hacer más que desearle un feliz viaje a la eternidad.

No lloré, no se me quebró la voz... no me agradaba la idea de que la gente me viera frágil. Me bajé del podio y me fui a parar a un rincón de la sala. Pasó otra persona a hablar, pero no le presté atención. No me atreví a verla en el ataúd, me conformé con ver su foto en un atril, cuando ella sonreía.

—Eso ha sido bonito —dijo alguien a mi lado y me sobresalté de solo escucharlo—. Lo que has dicho.

Apreté los labios. Era Franco que estaba a mi lado. Llevaba un pulcro traje negro que lo hacía ver más flaco de lo que en realidad era. Se había cortado el cabello y se veía mejor.

—La verdad no quise extenderme tanto.

—Pero lo que has dicho ha sido perfecto.

—¿Viniste solo?

—No, me acompañan un par de amigos cercanos a Sana —dijo y señaló a una pareja que estaba en el fondo abrazados—. Los padres de ella nos contactaron y nos dijeron que sería un regalo grandísimo que estuviéramos aquí. Que tuviéramos la oportunidad de despedirnos. La verdad esto es...

—Una mierda —dije.

—Sí, lo es.

—La verdad, es que yo no quería venir —solté con un poco de rabia. Me crucé de brazos y señalé con mi boca a la multitud—. Mira cómo la gente toma fotos de ellos llorando, mira cómo le toman fotos al ataúd y actúan como si les importara.

SNOWY Ⓓ [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora