Capítulo IX

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Izuku cerró la puerta de su habitación con suavidad, su mano hizo el ademán de alcanzar el interruptor de la luz, pero se detuvo a medio camino y lo volvió a bajar. Agachó la cabeza en dirección a sus pies, los calcetines que alguna vez en su infancia estaban atiborrados de imágenes de súper héroes ahora se reducían a una tela llana color blanco. Suspiró.

El silencio, por uy extraño que pareciera, era más escandaloso que nunca en sus tímpanos, Izuku llevó sus manos a los costados de su cabeza para impedir escuchar ese molesto zumbido. Era imposible además de molesto, el ruido en su cabeza gritaba la voz del juez dictando una condena que él no merecía, dejando libre al verdadero culpable de su dolor. Podía escuchar los aplausos de ese hombre, su risa estentórea resonaba en las paredes de su cabeza y taladraban muy al fondo de su corazón como una daga.

Dejó salir todo el aire de sus pulmones en un gran sonido que irrumpió por fin con el silencio del lugar. Caminando tres pasos hacia adelante se dejó derrumbar producto de la gran pesadez que de repente sintió en sus piernas, y allá, de rodillas en el centro de su habitación, empezó a llorar.

Lloró con fuerza notando la furia, el coraje, enojo, frustración y tristeza que dejó ese día. Y no sólo eso, lloraba por todos los años que no lo hizo, todo el dolor que se tragó con la ilusión que la fe y esperanza le prometieron y que jamás consiguieron cumplir. Lloró también al sentir el derecho de hacerlo, por sentirse resguardado en esas pequeñas cuatro paredes como para ser vulnerable y mediocre, y porque ya no lo soportaba ni un segundo más.

Arrastrándose de rodillas por la madera del suelo llegó a la mesa de noche que acompañaba a su solitaria cama. Ahí miró en medio de la luz nocturna todos los libros y cuadernos apilados que había utilizado para estudiar el caso de su madre. Ya no tenían valor alguno y ahora tan solo representaban injusticia.

Levantó con furia sus manos en contra de la mesita y lanzó bruscamente todo fuera de ella, los libros cayeron estruendosamente sobre la madera y la mesa se derrumbó hacia el costado. Fue entonces que Izuku soltó un fuerte grito que envolvió su garganta en un molesto dolor, llevó las manos a su abdomen y se abrazó a sí mismo con gran fuerza.

No podía, ya no podía más. Resistir había sido un privilegio para él y solamente lo había conseguido gracias a su madre, o al menos al cuerpo artificialmente vivo de su madre, aquella mujer yaciente en una cama de hospital que dormía eternamente en espera de un milagro que jamás llegó. Ah, lo había olvidado, ahora ella estaba muerta, muerta al igual que Katsuki hace siete años, igual de muerta que sus esperanzas. Tendría que ir por ella a un crematorio, recoger sus cenizas y guardarlas en un santuario que ocuparía un espacio en su pequeña e incómoda habitación, funcionando como un recordatorio de toda la injusticia humana que lo ha rodeado todos esos años.

Se acercó más a la cama y ahí dejó caer su rostro sobre la cama, el aroma del detergente que usaban en la lavandería de la casa hogar jamás pudo oler igual a la ropa que recién lavada que su mamá guardaba en los cajones, aunque se utilizara el mismo detergente que había en su casa. Izuku sonrió, en medio de la sonrisa el nombre de su madre se desvaneció entre sus labios, luego sollozó. Estaba cansado, demasiado cansado como para continuar.

Como pudo se subió a la cama, sin importarle si sus pies iban arrastrando la sábana y la desordenaba, él quería dormir.

Él solamente quería dormir.

****

Cuando Izuku dio la vuelta en su cama por quinta vez se resignó a que el sueño se había escapado de su cuerpo. El reloj apenas marcaba las dos de la mañana y no se equivocaba hace apenas tres horas había caído rendido.

Infierno Celestial [FINALIZADA]Where stories live. Discover now