Día 12: Viaje Juntos

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Era un verano de aquellos que jamás olvidarían aunque quisiesen.

Fargan y Willy, junto a sus dos hijos, habían decidido que tenían la edad suficiente para poder mostrarles aquel lugar que los enamoraba tanto, era un lugar especial para ellos, ya que unos dieciséis años atrás habían emprendido en una aventura junto a sus amigos que terminó en una conexión que iba más allá de ellos. Aquel día se habían confesado su mutua atracción y desde entonces juraron estar juntos pasase lo que pasase.

Una historia de cuento de hadas, dos amigos que se conocían de años habían consumado su amor esa noche, y les hacía ilusión volver a aquel lugar y recordar bonitos momentos de cuando eran jóvenes y aventureros. Cuando no les pesaba el cuerpo cada mañana y se encontraban llenos de energía para defender el pueblo que los acogió durante años por ser guardianes de éste.

Esa mañana se habían levantado a las 6:00 a.m. Willy no podía con tanta emoción ya que ni siquiera necesitó un despertador cuando abrió los ojos deseando que el día empezara. Rápidamente despertó al castaño que se encontraba boca abajo desparramado en la cama, con su cabello por todas partes, se veía tierno a los ojos de aquel albino.

—¡Far! ¡Fargaaaan!—sacudió a su esposo que no hacía nada más que emitir quejidos por su boca—¡Despierta, no seas un vago!—exclamó muy emocionado. Parecía un niño en Navidad despertando a sus padres para que fuesen a abrir los obsequios todos juntos.

—Tío, cinco minutos más, no todos somos tú, necesito DORMIR—habló ahogadamente entre las almohadas, sus vocablos eran casi inentendibles, pero aún así el contrario pudo comprenderlo.

—No me jodas Fargan, hemos estado planeando el viaje por meses, no me lo arruines ahora y levántate que se va a hacer tarde. Mínimo sé un ejemplo para los niños—trató de persuadirlo con uso de razón. Era normal que le costase levantarse temprano, el castaño solía ser una persona más nocturna y odiaba despertarse tan temprano, al contrario de su cónyuge—Vale, me voy a bañar y a vestirme, te quiero levantado y preparando el desayuno para ese entonces.

Antes de tomarse la relajante ducha para comenzar el día, el albino fue directamente a la habitación de sus hijos para darles el primer aviso de los diez que les daría para que se levantasen. «Salieron igual a su padre de holgazanes» pensó y sonrió para sí mismo. Aún así eran lo más preciado de su vida, junto a Fargan.

Al terminar de alistarse, Willy se encontró con toda su familia desayunando con la mirada perdida en sus platos, apunto de desvanecer en ellos.

—Ánimo familia, que hoy es un día especial.

—¡Papá, papá Willy!—exclamó Mía corriendo a los brazos de su padre quien la cargó esbozando una sonrisa.

—¡Hey! ¿Y a mí no me saludas así de emocionada? Esto es favoritismo—respondió Fargan en fingida ofensa poniéndose una mano en el pecho.

Willy besó a su pequeña en la mejilla deseándole los buenos días, para después acercarse a la mesa a desordenar los cabellos largos de su hijo mayor, Alexander, quien simplemente asintió en forma de saludo. Finalmente el albino besó en los labios a su esposo y se dirigió a arreglar los últimos detalles para el viaje que tenían por delante. Presentía sin duda alguna que este sería un día inolvidable.

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Llevaban ya dos días viajando al viejo templo de Karmaland en automóvil. Willy y Fargan les habían contado a sus hijos en diversas ocasiones sobre aquel extraño y curioso templo abandonado hace miles de años. Se sabían la historia de memoria, Mía era fanática de todos los personajes que alguna vez habitaron Karmaland, fuesen los antiguos guerreros y Dioses que eran parte de las recurrentes leyendas del lugar, o de los más nuevos habitantes tales como los guardianes de aquel pueblo llamados para proteger el lugar. Entre ellos sus padres fueron elegidos para la tan honorífica tarea. Era un pueblito pequeño pero lleno de misterios y magia, o al menos eso creían los pueblerinos, al igual que Mía, ya que a sus diez años aún creía en esas historias, mientras que su hermano mayor se negaba a creer tales "cuentos de ficción", como solía decir. Era mayor que ella por cuatro años, y ya empezaba su fase de rebeldía y sentirse el centro del universo, por lo que no quería creer en los cuentos de niños que sus padres relataban una y otra vez. Solía encerrarse en su mundo a menudo, y el hecho de estar en un vehículo por tanto tiempo tampoco ayudaba a que tuviera mejor humor aquel día.

Willgan Month 2021 《Corazones Explosivos》Where stories live. Discover now