Capítulo 10- "Sobre personas de paso"

14 8 62
                                    

Angeline

Miedo.

Es una palabra sumamente simple pero que encierra un enorme significado. El ser humano siente miedo de la muerte, miedo de las heridas, miedo de todo aquello que te causa un daño que repercute tanto física como mentalmente.

Precisamente en torno a esa palabra giraría la primer charla que pude compartir con Nathaniel Clarckson. ¿A qué le tenía miedo? En aquel entonces no me consideraba una persona temeraria, podía decir sin temor a equivocarme que habiendo tantas cosas por las que sentirme feliz y curiosa, más allá de este pueblo, de este mundo, eran pocos los motivos que hacían a mi ser temblar por sensaciones tan sofocantes como el miedo.

La muerte es un temor común, pero ella visitó mi vida antes de que lograra comprender lo que hacía allí, y quizá ver a la persona que más amaba en el mundo ser llevada por ella sin importar cuanto me aferrara a su mano, provocó que mi conciencia viese la muerte como algo común y no como el enemigo del que esconderse.

Vivir esa experiencia no me hizo dejar de amar, al contrario, tomé ese dolor como lo hubiera querido mamá y lo convertí en fuerzas para no permitirle a la vida verme derrotada. Amé detalles, cosas insignificantes e incluso me permití volver a amar a personas sin importar nada más.

Pero en el fondo, y aunque en ocasiones intentara convencerme a mi misma de que lo hacía con fuerza, y con intensidad, no fue hasta hace poco que descubrí que nunca me había permitido hacerlo con libertad. Que hasta hace a penas unos días había permitido que la muerte se llevara mucho más que a mi mejor amiga, mucho más que a mi sitio seguro en el cual escampar.

La muerte me había robado la capacidad de querer a alguien tanto y de forma tan pura que sientes que tu existencia se hace más hermosa y colorida solo porque ella está.

No quiero que de algún modo se malinterprete, amo con todas las fuerzas del mundo a mi papá y a mis amigos, pero mi madre solía llamarme como su regalo especial en el mundo. Pues a diferencia de las otras niñas que veían a su padre como un caballero que las cuidaría del mundo, para mi, mi madre era la estrella más brillante del cielo, una diosa que había sido creada solo para recibir mi amor.

Había una teoría, de un autor de esos que escribía cosas en exceso complicadas, pero que mamá disfrutaba de explicar. Decía que hay personas en tu vida, personas de paso a las que necesitas fervientemente, pero que no son más que un avance, intenso y apasionado de la persona que será el amor de tu vida. Y ahí radicaba la diferencia.

Puede que hasta hace un momento mi cerebro hubiese obligado a mi pobre corazón a no utilizar el término "amar", no sé si por miedo o porque al igual que mi piel pensara que convertía en poco lo que sentía alrededor de él. Así que con miedo, con el terror más grande del mundo por mi pobre corazón recién lastimado, luego de leer su nota, lo acepte:

Aunque había amado y amaba a mi madre con todo lo que soy, fui y seré, ella era mi persona de paso, la que me había preparado para que cada átomo y célula que conformaba lo que era en este universo, sintiera que pertenecía a los brazos de Nathe Clarckson y no se asustara con ello.

Así era, y ya es tiempo de aceptarlo. Esas mariposas que viven dentro de mi no son producidas por nervios o aprecio, es amor. Un enamoramiento que se ha instalado en mi pecho sin avisarlo, pero del que soy tan consiente que es inútil intentar negarlo.

El problema es que aceptar la verdad, descubrir el amor, en ocasiones no nos hace más felices. O al menos eso siento yo con los sucesos de que han atacado mi vida y se encuentran rondando mi mente. Si Monick decía la verdad, si ella vuelve a ser la pareja de Nathaniel, aceptar lo que siento a raíz de la esperanza que su nota despertó en mi, sería como si me aferrara a un rayo de sol aun sabiendo que este me estaba destrozando, quemando.

A 13 Otoños de tiWhere stories live. Discover now