Capítulo 129

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Acababa de llegar a casa y ésta estaba vacía, Luisita se había marchado y no había respondido a ninguno de los mensajes de Amelia ni dejado ninguna nota sobre su paradero. Volvió a llamar pero no dio tono. Oteó la casa, todo estaba cómo la dejó antes de ir a hablar con Carmen y con Sara.

Sara. 

Recordó su encuentro con ella, lo absurdo del momento y la negativa por su parte para poder ver a Marta, seguía temiendo por la salud de la niña, conocía la forma de trabajar de su ex y estaba convencida que lo que estaba haciendo la pelirroja era acallar los miedos y las dudas con pastillas, consiguiendo un estado de letargo en Marta. 

- ¿Dónde estás? - Se preguntó la morena al comprobar que en la habitación la rubia tampoco había dejado ninguna nota.

No quiso pensar más de la cuenta, estaba cansada de pensar, de sentir el cansancio de la ansiedad en sus huesos, de la tensión muscular de la anticipación. Se puso unas mallas, unas deportivas y una camiseta de tirantes holgada y se fue a correr como hacía años atrás.

Correr era una de sus vías de escape, sentir que se movía veloz, que el paisaje avanzaba, era un engaño para su mente pero le ayuda no solo liberar endorfinas sino también a focalizar su atención en algo que no era fueran sus problemas. Cuando corría su única preocupación era la técnica; cabeza erguida, mirada al frente, cuerpo inclinado hacia delante y aterrizar con toda la planta del pie. Centrarse en eso lograba disipar todas sus paranoias. No obstante, desde lo de Alex, no había vuelto a correr.

Se colocó los casos, activó el bluetooth del teléfono y salió de aquella casa con la intención de correr sin rumbo, sin embargo, los pies la llevaron a otro lugar que con el tiempo se había convertido en su oasis. 

Tras veinte minutos de trote, Amela acabó en el mirador de los rosales, recordó la primera vez que Luisita le había llevado, como le tapó los ojos y le hizo olor todos aquellos rosales que se iban repartiendo por el lugar. Subió las escaleras y la vio, no necesito más de dos segundos para distinguir aquel perfil que la volvía loca, tenía la mirada fijada en el horizonte y en su semblante se apreciaban restos de preocupación.

Se acercó con sigilo por la espalda, le tapó los ojos a medida que se acercaba a su oído.

- Sabes que eres lo más bonito de este lugar - Dijo en un sensual susurro provocando, no solo una amplia sonrisa de la rubia sino también un escalofrío que recorrió todo su cuerpo.

- ¿Qué haces aquí? - Le preguntó en cuanto la vio. - ¿Y así? - La inspeccionó de arriba a abajo.

- Necesitaba correr. - Contestó sentándose a su lado y dándole un beso en los labios  - ¿Y tú?

- Pensar...

- ¡Uy! Tú pensando... miedo - Comentó con sorna.

- ¡Qué tonta eres! ¿Cómo sabías que estaba aquí?

- No lo sabía, salí a correr y algo me trajo hasta aquí... - Le guiñó un ojo.

- Tú a correr y yo a pensar ¿qué nos está pasando? - La morena rio.

- ¿Estamos madurando? - Encogió los hombros.

Se mantuvieron en silencio varios minutos, admirando a la nada, con las manos entrelazadas y con los pensamientos en sus mundos, Luisita dejó caer la cabeza en el hombro de la morena y ésta la respondió con un pequeño beso en la frente.

- ¿Qué vas hacer con Marta? - Preguntó finalmente la rubia.

- Buena pregunta, Sara no me deja verla, sabe que si la veo dopada pongo el grito en el cielo.

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