Capítulo XXI

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Lo difícil no es luchar por lo que quieres, sino renunciar a lo que más amas. Me di por vencido. Pero no pienses que fue porque no tuviera el valor de luchar, sino porque no tenía más condiciones de sufrir.

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Sufrir en forma de lobo era más fácil.

Era como si me desprendiera de mi yo y, al final, me convirtiera en el animal. Dejé que mi loba tomara el control esa noche. Como espectador, la vi tomar la iniciativa y lidiar con el dolor de una manera fuerte. Corriendo por el bosque, cazando, desquitándose de la rabia en los árboles y en el suelo. A cierta hora de la noche, ella apenas paró, cansada, y miró hacia la luna. Tomé el control de nuevo en ese momento.

Ella sufría, y yo también, y finalmente podemos entendernos. Respiré pesado, el aire saliendo condensado por mis fosas nasales y formando un humo. Me acordé de una de nuestras leyendas tribales, de cómo los antiguos guerreros podían salir de sus cuerpos y luchar en espíritu, y de cómo el espíritu de Taha Aki se fusionó con el del lobo, convirtiéndose en uno solo. El lobo dio su cuerpo de libre albedrío para que Taha Aki lo hiciera suyo.

Finalmente estaba en sintonía con mi loba, pero era lo único que podía estar segura de que estaba en lo cierto en mi vida.

Miré hacia la luna, alta en el cielo y, milagrosamente, lejos de las nubes siempre cargadas de Forks. Ella brillaba en toda su gloria y, por un momento, la envidié. Hay varios cuentos que dicen que los lobos son apasionados por la luna pero yo, una mera loba, estaba enamorada del sol.

Y como Ícaro, que voló demasiado cerca de esa estrella, me quemé.

Esa fue la primera vez que aullé. Le aullé a la luna, pidiendo ayuda, una ayuda que sabía que no vendría, y entonces aullé, pidiéndole que se llevara el dolor.

El dolor no ha desaparecido. Tampoco la soledad.

Cuando regresé a casa, me convertí de nuevo en humana y entré por las puertas de atrás. Todo parecía borroso, y cuando estaba segura de dónde estaba, mis ojos miraban un lienzo en blanco frente a mí, pegada al caballete.

Tome una camiseta tirada por allí y me vestí, atandome el cabello y después poniéndome un delantal. Cuando tomé la paleta y puse los colores, todo lo que pude hacer fue pintar.

Pintar hasta que mis dedos dolieran más que mi corazón, pintar hasta que toda la emoción que estaba sintiendo, pudiera ser sacada de mi pecho y transpasada el lienzo Al final, el sol estaba alto cuando terminé. Era una maraña de colores, una difusión de todas las pinturas y que, al final, se convertían en algo tan... vacío.

𝐄𝐕𝐀𝐍𝐄𝐒𝐂𝐄𝐍𝐓, JACOB BLACKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora