CAPITULO 25

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Capítulo 25

Lexie

Un ardor me recorre completamente cuando el radiactivo llega a mis venas. Ha transcurrido una semana desde que volví al estudio clínico. Había decidido dejar de usar peluca, no tenía una sola hebra de pelo, dejé de maquillar mis cejas, estaba pálida, cansada y con moretones. Apenas podía comer algo sin vomitar, mi anemia había superado todos los niveles existentes. Estaba tan débil que apenas podía caminar sin tambalearme.

—Tómalo todo — cuando el suero termina la enfermera me entrega el jugo de fresa y mi teléfono. Con una  sonrisa triste sale de la sala dejándome con los otros internos.
Era increíble el cambio que había tenido. La primera vez que llegué apenas me entregaba el jugo de naranja y ahora está pendiente de mí todo el tiempo. El poder de la lástima y culpa eran asombrosos.

Me concentro en tomar el jugo como puedo, las náuseas no se detienen ni un segundo.

Miro mi teléfono a un lado de la mesa que se le asigna a cada paciente cuando me entra una llamada de un número desconocido lo tomo y lo llevo a mis oídos.

—Hola — digo.

Hola — una voz conocida hace que deje el jugo a un lado.

—Eres ...

Gabriel — dice — crees que podamos vernos y hablar — pide detrás la de línea.

—No estoy en Inglaterra — le digo. No me apetece ver un rostro tan conocido.

Lo sé — en ese momento levanto la vista llevándola a la entrada donde me encuentro con el rostro de Gabriel entrar con el teléfono en manos. Estaba vestido como los doctores del hospital, su barba estaba más poblada y su pelo negro azabache más largo.

Con mi mirada sobre él cuelga el teléfono y se acerca a mí.

—Ahora podemos hablar — dice cuando se detiene frente a mí.

Lo observo unos segundos a los ojos que ven con detenimiento pero no con lástima. Le ofrezco mi manos que Gabriel toma sin dudar y me ayuda a quedar de pie frente a él.

—¿Te gusta la comida del hospital? —Pregunto.

—Odio la comida de hospital — su voz era tan pesada.

—Entonces vamos — ofrezco. Cruzo nuestros brazos y salimos del área de la quimio como dos ancianas chismeando.

Nos subimos al elevador y cuando bajamos al primer piso de la cafetería Gabriel me ayuda a acomodarme en uno de los asientos. Segundos después se sienta frente a mi con la mesa separándonos. Pongo mis brazos entrelazo encima de la mesa y decido detallarlo mejor. Gabriel no tenía nada especial a pesar de ser atractivo es de los hombres que normalmente te encontrarías en la calle y dirás es lindo.

—¿Dé qué querías hablar?— rompo el silencio.

—Creo que encontré una manera de extirpar tu tumor — su voz salió segura.

Me quedo con los labios entre abiertos por la sorpresa esas simples palabras hacen que apartarte los brazos y mi mirada cambiara por una defensiva.

—No sabes de lo que hablas — digo duramente — mis padres contrataron a los mejores cirujanos, especialistas y todos dijeron lo mismo — digo — no puede venir un desconocido a decirme que puede salvarme y darme falsas esperanzas — empujo la mesa y me levanto lista para irme.

—Eso es porque ellos solo lo veían como un tumor en el lado más delicado del cerebro — me detengo de espaldas — los pasos esenciales, se rasura la cabeza, se extrae el trozo del hueso para permitirles visualizar el cerebro. Ellos solo prevenían la forma más común, realizar un trépano en el cráneo para poder meter el endoscopio desde el frente — mis pies no me permiten seguir mi camino — pero que tal si en vez de mirarlo desde el frente atacamos desde atrás, que el tumor no sepa por donde entraremos, los posibles riesgos de la cirugía del cerebro serían mucho menores. Además los problemas pueden durar por un tiempo corto.

Antes de que te vayasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora