14. Octavio comparte un sueño con Amado

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—El día del cumpleaños de mi hermana —explicó Amado, en el camino de regreso hacia la librería Lidenbrock—, la mejor seguridad estará centrada en la fiesta. Y lo mismo con el interés de mi familia.

La voz de Amado sonaba decidida, aunque también cansada. Octavio mantuvo la atención en él, diciéndose a sí mismo que tan solo estaba preocupado; en realidad, no podía dejar de pensar en lo cerca que había estado de besarlo. Intranquilo, se mordió los labios y trató de convencerse de que hubiese sido una mala idea, dada su falta de experiencia.

Mientras iban cuesta arriba, se cruzaron con algunas personas que bajaban hacia la playa, con sillas plegables en mano y sombrillas al hombro. Parecían tan ajenos al temblor que acababa de ocurrir que Octavio se preguntó si se lo habría imaginado, pero no era así: Amado también lo había percibido. La criatura del volcán —a la que aún no se atrevía a llamar dragón— estaba comenzando a hacerse oír.

Incluso sabiendo las posibles consecuencias de intentar recuperar el huevo, Octavio se sentía urgido a actuar. Pero, antes que todo, necesitaban un plan. Y, aunque aún no sabían ni siquiera dónde estaba ubicada con exactitud el área secreta, Octavio dijo:

—¿Crees que mientras tú vigilas el cumpleaños, yo pueda infiltrarme en la Galería Garza, de alguna forma?

Amado lo miró con el ceño fruncido.

—¿Cómo vas a decir eso? No sería justo que fueras solo.

—Pero imagino que es importante que estés en el cumpleaños.

—Y también que tú estés. Es nuestra coartada. Podemos tomar fotos allí, socializar un poco y luego escabullirnos para ir por el huevo. Todas las fiestas tienen un momento en que la gente empieza a dejar de prestar atención a dónde está cada cual.

—No imaginé que tuvieras talento como potencial ladrón.

—Quizá eso sí lo haya heredado de mi familia —respondió Amado, con una sonrisa entre divertida y triste.

Cuando llegaron a la calle de la librería Lidenbrock, Calista y Pía los esperaban en la puerta. Ahora que las dos estaban de pie, Octavio notó que Calista se apoyaba en un bastón, cuyo mango plateado imitaba la cabeza de un dragón. Al verlos, Pía se apresuró a ir hacia Amado, y le ofreció un abrazo. Ellas también habían sentido la vibración.

De vuelta en la trastienda del local, Amado aceptó un poco de agua y se recostó a lo largo en el sofá del estudio para descansar, con un paño húmedo que apoyó primero sobre su pecho y luego sobre su cabeza. No mucho después, dormitaba bajo la custodia de Octavio, que fue quien le explicó a las mujeres la semilla del plan para recuperar el huevo. Ambas lo escucharon en silencio, Pía de brazos cruzados y Calista con una enorme sonrisa.

—Por un lado, me alivia —dijo Calista—, pero también me da miedo por vosotros dos, porque sé que es un riesgo. Si no fuera por mi pequeño problema —agregó, señalándose la pierna—, lo haría yo misma.

—Ni lo pienses —intervino Pía—. Tenemos otras formas de ayudar. Nuestro contacto no tiene la llave al área secreta, pero sabe cosas que podrían ayudar.

—¿Quién es? —preguntó Octavio—. Nos vendría bien.

—Déjame hablar primero con la persona y ver de qué manera podemos proceder.

—¡Y también tenemos algo más! —exclamó Calista.

Bajo la mirada de Octavio, buscó un cuaderno en un cajón del escritorio y dibujó en una hoja vacía un pequeño mapa de la Galería Garza, que luego le entregó. Octavio recorrió con el dedo índice el laberinto de tinta que iba desde la entrada principal al ascensor que conducía al subsuelo. En la otra mitad de la hoja estaban dibujados los corredores subterráneos que llevaban a la entrada del área secreta. Se imaginó recorriéndolo con Amado. Vio en su mente una puerta que se abría y le mostraba un mundo de especímenes imposibles, aunque su cerebro no terminaba de creer que fuese posible. Si existían los dragones y los unicornios, ¿qué más podía ser real?

El alma del volcán (completa)Where stories live. Discover now