Ahora del todo despierto, Amado se volvió consciente de cada grano de arena pegado contra su piel húmeda. Octavio, también empapado, lo ayudó a levantarse. Eran los únicos dos en la playa, y la oscuridad de la madrugada, emparejada con el dejo de melodía que venía del mar, creaba un ambiente inquietante.
Al regresar a la habitación, quedó claro que la inundación que Amado había visto no era real, sino parte de la visión conjurada por la sirena a través de la joya. Excepto por ellos dos, todo estaba seco. Se dijo a sí mismo que se sentía bien, pero el temblor de las manos lo traicionaba, aunque su mente estuviera todavía anestesiada por la sorpresa.
Octavio, que tampoco terminaba de creerlo, lo notó. Abrazó a Amado bajo la ducha que compartieron y no quiso volver a soltarlo. Todavía tenía el corazón atascado en la garganta; el miedo no se iba a ir con tanta facilidad como el arena y la sal que se llevaba el agua tibia del baño.
De vuelta en la cama, tampoco lo soltó. Amado tenía que descansar para el día siguiente, pero Octavio no pensaba volver a dormir esa noche y arriesgarse a que esa joya volviera a actuar.
—Lo que sea que quería esa sirena, no era conmigo, y no podemos hacer nada hasta que amanezca —dijo Amado—. Voy a estar bien —aseguró, al entender la intención de Octavio de quedarse despierto—. No seas terco y duérmete.
—Ya sé que vas a estar bien —respondió Octavio, sus brazos enredados en el cuerpo de Amado cual si fuera un pulpo—. Me voy a asegurar de eso.
Resignado, Amado se movió hasta apoyarse contra Octavio de una forma en que los dos estuviesen cómodos. A pesar de que una parte de sí se sintiera culpable, le gustaba saber que Octavio custodiaría su sueño, aunque para entonces estaba desvelado. Estaba en su lugar seguro, pero tampoco era sabio confiarse de las sirenas, considerando las circunstancias.
—No sé si pueda dormir —confesó Amado—. Mejor duerme tú y yo me quedo despierto.
—¿Quién es el terco ahora? —le reprochó Octavio en tono cariñoso, y lo acercó más contra sí—. Le pedí a Calista y Pía que nos envíen la dirección del dueño original de las joyas, y vamos a necesitar tus ojos mañana, los míos están un poco fuera de servicio. Al menos puedo asegurarme de que descanses bien.
—Perdón por haberte hecho preocupar.
—¡No es tu culpa!
Octavio hizo lo posible por contener la rabia, que no iba dirigida hacia Amado. No era culpa de nadie, aunque eso no quitaba que se sintiera un poco responsable por no haber escuchado nada. La mezcla de enojo y alivio que sentía era curiosa, como agua y aceite luchando por un mismo espacio. Para calmarse se centró en la sensación de la piel de Amado, ahora tibia y seca, contra la suya. Todavía tenía el pelo mojado, pero estaba entero. Mantenerlo así era toda la motivación que necesitaba para mantenerse despierto. No confiaba en las joyas.
—No tengo sueño —murmuró Amado.
—¿Qué tal si te cuento sobre los últimos descubrimientos paleontológicos de los que he estado leyendo hasta que te aburras?
Amado sonrió. La sola idea comenzaba a disipar la angustia que acechaba su mente.
—Pero tú hasta haces que suenen interesantes.
Al final, con datos científicos como canción de cuna, Amado consiguió dormir, envuelto en el aroma a Octavio y en su abrazo protector. No soñó de nuevo con sirenas, sino con algo familiar: con que la cama volvía a estar llena de dinosaurios en miniatura que se acurrucaban entre los dos, mientras Octavio los señalaba y explicaba datos curiosos sobre cada uno. Esta vez no eran solo de cuello largo, sino de todo tipo, algunos carnívoros y otros herbívoros, algunos emplumados y otros con coraza, una mezcla de la información con la que se había dormido.
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El alma del volcán (completa)
Fantasy(LGBT+) Dos estudiantes rivales comienzan a enamorarse mientras fingen ser pareja para resolver el misterio que rodea a un objeto mágico. Misterio/sobrenatural/romance. En la lista #ExploradorDeMundos del perfil oficial @WattpadNovelaJuvenilES ═════...